Quizás tenga razón un viejo amigo de Iñigo Montoya quien cree que el carácter pugnaz o controversial del periodismo de opinión convierte a sus cultores en fieras circenses, que tras brincar por un redondel de fuego esperan los anhelados aplausos, para regresar a la tristeza de sus jaulas.
Ciertamente quienes exponemos ideas públicamente poseemos una faceta medio artística que, aunque lo neguemos, ocasiona algún placer al saber que la gente nos lee y a veces hasta hace caso.
También arriesgamos incordiar a los actores del debate cívico, incluyendo a amigos o gente cercana, a veces hasta inadvertidamente.
Muchas veces he pensado seriamente que quizás no vale la pena el periodismo, menos en casos como el mío que no es la ocupación con que me gano la vida y que frecuentemente trae más cananas que satisfacciones.
Pero una vez a un mono lo han enseñado a hacer musarañas o a un oso lo ponen a bailar, queda igual que el tigre que salta entre aros ardientes, condenado al circo; ojalá nunca payaso.