Ahora solamente les faltan las alitas y sus correspondientes halos, para ser admitidos en el cielo y sentados a la diestra del Señor. Me refiero, naturalmente, a los choferes que hace apenas una semana amenazaban con incendiar un autobús lleno de niños escolares, y hoy se pintan como inocentes querubines pidiendo clemencia ante la posibilidad de ser juzgados y condenados como lo establece la ley.
No se crea que soy insensible frente a las lágrimas derramadas por la esposa de uno de los choferes inculpados, ni por los alegatos de inocencia de otros. Pero lo cierto es que está bueno ya de tener que aguantar con los brazos cruzados los abusos que cometen constantemente los llamados sindicatos de choferes, que no son otra cosa que empresas privilegiadas y asociaciones de malhechores.
Las autoridades, que deberían de una vez por todas quitarles los privilegios a esos “sindicatos” y someterlos al orden sin contemplaciones, no van a hacer nada. No me hago ilusiones. Y menos en un año pre-electoral. Me queda, sin embargo, el magro consuelo de decirlo a los cuatro vientos, para que después no se diga que no dije lo que había que decir.