En las últimas décadas, con la desconfianza generada por el SIDA y los controles sanitarios en algunos bancos de sangre privados, o con el propósito de asegurarnos que la sangre que se nos trasfunde es de calidad, se fue haciendo una costumbre la práctica de reservar varias pintas de la propia sangre del paciente, especialmente para usarla en cirugías previamente programadas. Reservar lo mejor de nosotros para nuestro propio beneficio, es de sabios.
Una de las experiencias profesionales más ricas que he disfrutado, fue la de preparar un Seminario para egresados de la Universidad Católica Nordestana en el año 2010. Lo titulé “Anclas del Liderazgo”.
En el diseño de aquella experiencia, explicaba cómo los seres humanos atravesamos por situaciones de un intenso estímulo sensorial externo, provocando un resultado en nosotros, con la capacidad para fijarnos recuerdos por largo tiempo.
Ejemplos como atravesar conduciendo, tiempo después, por la misma esquina en la que otro vehículo te impactó, volver a reciclar esa sensación única que se experimenta al escuchar canciones como “Gloria Gloria, Aleluya” cantada por una masa coral, o quizá “Hotel California” interpretada por Don Henley, o quién sabe qué canción. En fin, si hurgamos, algún recuerdo está asociado a esas melodías, vinculadas con un estado interior intenso. Son anclas que se forjan sin que podamos evitarlo. Así, las canciones con las que se enamoraron nuestros abuelos, hoy no nos dicen mucho, hasta que un estado interno intenso nos invade y escucharlas nos conecta con un estímulo externo en un momento determinado. Es allí donde se forja un ancla para nuestra memoria.
No escogemos voluntariamente atravesar por situaciones, especialmente desagradables. Muchas veces no depende de nosotros estar allí en momentos en que quisiéramos estar lo más lejos posible. Sin embargo, lo que tiene el poder para cambiar nuestras reacciones, son las anclas que sí podemos forjar nosotros mismos.
Es particularmente difícil crear anclas positivas, que nos permitan conectar con los momentos en que nuestro estado es pleno y podamos sentir una inexplicable sensación de felicidad. Sin embargo, poner en práctica técnicas que permitan “fijar” esos estados y conservarlos, nos coloca en posición realmente conveniente para sobreponernos ante la adversidad. No somos inmunes, lo que nos hace diferentes y competitivos, es nuestra capacidad para reponernos rápidamente. Las anclas nos ayudan a regresar a un estado productivo, “aterrizado”. Es una poderosa herramienta para mejorar la calidad de vida de tus seres queridos, el clima laboral en tu lugar de trabajo.
Las anclas están por todos lados, en mi caso, son mis hijos, mi esposa. Son las mismas personas por las que hago una parada a mediodía, aunque la agenda esté muy cargada. Constituyen para mí, los espacios que construyo para despertarme a la realidad, con la convicción de que son la razón por la que lucho y me esfuerzo en mi trabajo.
Los hombres somos un poco así, pero en el caso de la mujer, ella no requiere estructurar pausas con horarios específicos. Es capaz, durante la mañana, de hacer de todo en el trabajo y hasta sacar tiempo para hacer una llamada a la casa y recordarle a quien cuida sus hijos, la medicación de uno de sus pequeños.
Innumerables son los estudios, desde John Gray hasta Harville Hendrix, pasando por las publicaciones más especializadas, que sitúan a la mujer con una singular capacidad para realizar multiplicidad de tareas simultáneamente, sin perder el control sobre ninguna de ellas. Está permanentemente en contacto con aquello que la ancla a su realidad, a su estado interno intenso.
El mundo cambió frente a nuestros ojos, ya no podemos darnos el lujo de enfrentar la cotidianidad “sin casco protector”. Es necesario que nos mantengamos construyendo anclas que nos aten a la mejor versión de nosotros mismos, a momentos espectaculares, a esos momentos de más alta comunión con el creador y anclarnos a ellos.
Es como si nos escribiésemos una carta a nosotros mismos, sólo para volver a leerla en situaciones en las que se asomen síntomas de depresión o de derrota. Es como sacarnos dos pintas de sangre en el momento que gozamos de mejor salud y pedir que nos la pongan cuando nuestro estado se ha deteriorado.
Empezar a construir anclas positivas y usarlas a nuestro favor, es de sabios.
*El autor es Consultor de Servicios y Administración Pública.