Si te preguntara cuántos aparatos electrónicos en estos momentos están presentes en tu vida, estoy segura que me dirías mínimo tres.
Me refiero a aparatos a través de los cuales te comunicas con el mundo.
La verdad que puedo hablar con conocimiento de causa, ya que hace unos años ninguno de ellos existía. Sí, yo era más joven, aún así forjé grandes amistades, grandes relaciones, hacía mis tareas, lograba información y desarrollé la capacidad de investigación sin la facilidad de un clic.
Sé que muchos estarán pensando que hablo de que tiempos pasados fueron mejores y de que lo hago desde la perspectiva de la edad. Pero no es así, me encanta la época actual; el acceso a la información, la globalización de la comunicación, el tener la puerta de entrada a todo un universo de posibilidades.
Eso hace que mi curiosidad encuentre herramientas maravillosas y llegue a todos los rincones. De lo que hablo no es de los aparatos, es del uso que les damos.
La dependencia es tan grande que se nos está olvidando algo tan simple como memorizar un número de teléfono, quedar con alguien por el simple hecho de charlar cara a cara, investigar más allá de las tres primeras entradas de google, dudar de todo aquello que se publica en redes y darlo por válido.
Sin olvidar el hecho de que nuestra capacidad de atención y de concentración está tan dividida por las diferentes aplicaciones que usamos, que creo que un día nos vamos a levantar sin hablar y directamente vamos coger el celular y usarlo para comunicarnos.
No sé, quizá es verdad que lo analizo de manera nostálgica, pero echo de menos cuando éramos más humanos y menos tecnológicos. Todo costaba más, pero merecía la pena el camino andado para lograrlo.