El mostrar el verdadero sentir se ha convertido en el pecado capital de la sociedad moderna. El estado perenne de alegría perpetua parece ser la única emoción con buenas relaciones públicas en la esfera.
Y cuando el cántaro se llena la expresión de las mismas que a manera fluida pudo ser natural, se exacerba. En estos tiempos estamos asistiendo a esto, irá desbordada, impaciencia, ansiedad, miedos que no pudieron ser canalizados, expresados en el momento en que ocurrieron. Heridas de infancia se arrastran y convierten en fatídico presente haciéndonos víctimas perennes que no se cuidan y descienden.
Acciones que quizás en otros momentos veíamos como barbarie, hoy se exponen con frecuencia. Lo vemos en nuestros hogares escuelas, las calles.
Nos desconocemos a nosotros y al que se nos muestra. Se transforma el Ser en la emoción y ataca cual cerebro primitivo, defendiéndose. Las máscaras se convierten en su grandeza: adicciones, violencia, posesiones, su apariencia física y sí, hasta su obstinación en tener la razón, sobre los que están en su presencia.