En este pueblo va a pasar algo, como contaba Gabriel García Márquez.
Este pueblo, son “ las Américas”, y lo que va a pasar ya es más difícil de predecir. Pero es seguro que algo va a pasar: el clima de incertidumbre, la confusión que reina, arriba y abajo, y la creciente efervescencia popular lo anticipan.
Y vale para todos. En el norte con la irrupción de Donald Trump – quién lo iba a decir- que crece en las encuestas y gana titulares y horarios centrales impactando con sentencias y “ provocaciones” calculadas, mientras los medios y periodistas lo acogen con poca prudencia y sin tener en cuenta experiencias pasadas ( los inicios del macartismo, lo alcanzado por Hugo Chávez, más allá de sus derroche de petrodólares, y la campaña de Podemos entre los españoles).
Ello sucede mientras el presidente Barak Obama busca guirnaldas que brillen y adornen sus solapas, sin cuidar que no se le seque y se le pudra el árbol sostén, razón por la cual muchos de sus detractores lo ven como uno más de los tantos “ outsiders” que los electores escépticos y desilusionados llevaron a las sillas presidenciales por todo el continente .
Incluso, hasta lo asimilan al español Rodríguez Zapatero, quien mientras en desafío tonto no saludaba la bandera de EEUU, hablaba de “ diálogo de civilizaciones” y negaba la crisis, hundió a España económicamente y le generó un caos y confusión que hoy se refleja con virulencia en el amplio espectro de partidos políticos , viejos y nuevos, que pueblan la cartelera y el furor de los “ nacionalismos”.
En el sur, los casos de Venezuela y Brasil son sin duda los más llamativos en todo este barullo.
Se prevé que en Venezuela en diciembre ganará la oposición. Pero el chavismo ya perdió unas elecciones y sin embargo sacó más diputados. Por lo tanto no sería de extrañar que se repita: las autoridades electorales son las mismas, no se permiten observadores, se proscriben candidatos, se amenazan y compran votantes.
Es notorio, además, que Maduro no considera renunciar. Lo suyo es elocuente: denuncia conspiraciones de todo tipo, ha decretado el estado de excepción (de sitio, digamos), inventa problemas limítrofes, cierra fronteras, da más poder e impunidad a sus “brigadas populares” (grupos de choque fascistas, digamos), y hasta ha establecido “horarios restringidos” para las colas (es de locos). Esto es, todo lo que está en el libreto para seguir en el poder, como sea y con la bendición de la Unasur seguramente, lo que también estaría en el libreto.
Es más trascendente aún lo de Brasil. Porque no está claro lo que va a pasar y mucho menos cómo va a influir lo que allí ocurra en el resto del continente. Porque así como Lula, pese a que por ahora va esquivando el bulto, fue el artífice de todo esto que hoy le cargan a la presidenta Dilma Rousseff, también Brasil ha sido el impulsor y sostén, favorecido durante un ciclo inusualmente largo por los buenos precios de las materias primas, de la marea neoprogresista y populista y la proliferación por el hemisferio de gobiernos electorales no democráticos. Más allá de las encuestas,- con Dilma por el piso-, los escandalosos casos de corrupción con el PT a la cabeza, y la crisis económica, es difícil saber sobre los días por venir. Es que también existe incertidumbre respecto a las alternativas, es decir, a la oposición. La dudas , desconfianza y temores con respecto a los sustitutos contribuye, a su vez, a la confusión, y estanca y atrasa todo.
Y eso pasa en Brasil, en Venezuela, en Argentina y en casi todos lados: la oposición ha resultado ser la mejor aliada de los gobiernos. Se trata de un elemento casi decisivo, que alimenta las dudas sobre lo que va a pasar, de la misma forma que ha sido una de las razones que ha impedido que pase lo que ya debería haber pasado.