Parece que hay que volver a teorizar sobre lo mismo. Leo en las redes que algunos militantes y hasta dirigentes del movimiento de izquierda, aunque sin pasar de la palabra a los hechos, lucen ganados por la impaciencia porque no encuentran cómo aplicar medios más radicales de lucha y hacer sentir con fuerza la acción del movimiento revolucionario.
Parece necesario reiterar algo del abc de la doctrina. El proceso revolucionario tiene dos momentos: El del salto brusco y el cambio profundo, el uno; y el de la acumulación gradual, a veces imperceptible, de los factores y condiciones que condicionan y hacen posible ese salto, el otro. En cada uno de ellos se asumen y se aplican medios de lucha diferentes.
El de la acción revolucionaria directa en el primero y el del trabajo paciente, “cotidiano y gris”, como decía Lenin, en el segundo.
Ese último, el de acumulación de fuerzas, es por el que desde hace mucho tiempo, vive el proceso en nuestro país. Es imposible siquiera intentar esbozar las causas que han determinado que sea esa la situación por la que atravesamos, pero intentar cerrar los ojos a la realidad resultaría la peor conducta.
Se trata de hacer todo lo posible para que el momento del salto revolucionario y el combate radical llegue. Pero hay que hacer conciencia que la forma de lograrlo es mediante el trabajo político, propagandístico y organizativo junto a los trabajadores y el pueblo.
Muy bien por quienes cumplen con la importante tarea de promover las luchas por reivindicaciones económicas y sociales, pero eso no basta y muy poco se logra en el proceso de acumulación de fuerzas si esos movimientos se constituyen en fin en sí mismos y si quienes lo promueven caen en el abstencionismo político y evaden la lucha por conquistas y reformas políticas como las que se debaten actualmente en nuestro país.
Sin reducirse a ellas, por supuesto, pero sin sacarle el cuerpo o escudarse en consignas seudo radicales, que es también una forma de evadirlas.
El momento de auge revolucionario vendrá, hay que trabajar para que advenga y culmine en revolución triunfante. Pero ese triunfo nunca será el resultado de la cháchara ni la palabrería altisonante, sino de la labor consagrada, de los que no pierden de vista los objetivos finales, pero al mismo tiempo, con tesón y firmeza enfrentan los retos y tareas cotidianas aun cuando las circunstancias son adversas.