El triunfo resonante del Partido Revolucionario Moderno y aliados y la baja participación política en las elecciones municipales, congresuales y presidenciales de este año ha derivado en un mar de “análisis” políticos en la prensa, la radio, la televisión, plataformas digitales y las redes sociales en general.
La fundamentación de los mismos parte de ideas particulares enarboladas desde enfoques simplistas y reduccionistas, en unos casos; y en otros, respondiendo a intereses personales o grupales. Sin pretensiones de invalidar los “análisis” aportados, la coyuntura requiere de argumentaciones adecuadamente sustentadas siguiendo los principios básicos de la lógica formal.
Los “analistas” se han limitado a aportar el dato de la alta abstención electoral, que ascendió al 46% en los comicios congresuales y presidenciales, sin profundizar si se trató en realidad de ese fenómeno o, por el contrario, fue una muestra de desafección política de la población con el propósito de transmitir significados de indignación o de rechazo al sistema de partidos políticos de República Dominicana.
No estamos ante una cuestión de menor cuantía. Si la baja participación electoral del 19 de mayo significó una respuesta de desafección política, entonces estamos ante signos de preocupación, debido a sus implicaciones en la gobernanza y la democracia dominicana.
Las implicaciones y consecuencias del abstencionismo electoral y de la desafección político, aunque parezcan expresiones similares, son distintas. Esta última traduce mayores significados para la democracia, la convivencia social y la construcción de una sociedad más desarrollada, justa y solidaria.
De conformidad con el artículo 172, de la Ley 20-23, Orgánica del Régimen Electoral, al abordar el abstencionismo electoral, se limita a señalar que no se permitirá a los partidos, agrupaciones y movimientos políticos reconocidos que reciban fondos públicos o realizar actividades de campaña electoral ni actos de propaganda electoral que promuevan este comportamiento.
Prohíbe de manera general las actividades electorales que atenten contra la dignidad humana u ofendan la ética pública, ni las que tengan por objeto promover la desobediencia de las leyes, sin que por esto pueda coartar el análisis o la crítica, de acuerdo con los preceptos legales vigentes.
Mientras que la desafección política constituye un fenómeno de mayor significación. Consiste en el comportamiento, sobre todo emocional y pasional, de ausencia pertenencia, sentirse a disgusto en la comunidad política, falta de representación y desconfianza en los gobernantes, entre otros elementos.
En un sistema de partidos como el dominicano que cada día pierde más credibilidad, el inicio desafiante de un segundo mandato del presidente Luis Abinader, compelido a realizar una reforma fiscal que implica más presión económica para el presupuesto familiar; la persistencia de problemas sociales encabezados por la inseguridad ciudadana, el lento progreso en la reducción de la pobreza y la desigualdad social; así como empleos de baja remuneración, crean el caldo de cultivo para que la desafección política abra camino a la indignación social.
Hay que comprender que cuando la política y el ejercicio del poder comienzan a quedarse solo en pasión y emoción productos de narrativas comunicacionales y las insatisfacciones se incrementan, sobreviene la desafección política.
En estos tiempos en que el abordaje de reformas económicas, políticas y sociales ocupa la atención de la opinión pública nacional, se requiere no perder el rastro del comportamiento de la población en relación con la participación política. En las urnas hubo significados relevantes que la clase política debe decodificar correctamente mirando hacia el futuro inmediato del pueblo dominicano.
El momento impone estar alerta con la desafección política, porque no se trata de una cuestión de menor cuantía para la democracia dominicana.