El pasado viernes el Covid-19 nos llevó un gran propulsor del deporte como lo fue Don Alberto Genao, quien entregó parte de los beneficios de sus empresas para el desarrollo de esta actividad en el país.
Cuando Genao llegó a la Capital, procedente de San José de las Matas, abrió el afamado restaurante “Tropicana”, ubicado en la 27 de Febrero 366, y desde allí fundó una liga de softbol, integrada por los trabajadores de otros restaurantes, donde participaban los mejores jugadores el país.
Luego se movió hacía el negocio de las ventas de útiles deportivos, teniendo como principales estandartes a su esposa Ana Seoane y su hijo Laurentino, siendo reconocidos entre los mejores en esa rama. Sobresale que Don Alberto siempre fue muy altruista.
Era muy difícil que un padre llegara a su tienda y le dijera que no tenía el dinero completo para llevarse el artículo que necesitaba para su hijo y no se lo llevara.
Conocí a Don Alberto a mediados de 2004, luego de que su hijo Laurentino me contratara para trabajar con los Gigantes del Cibao, del cual era el propietario. Desde que me conoció me dio el trato que se le da a un hijo, incluso siempre me encomendaba cuidarle a su único hijo.
Como propietario y presidente del equipo de los Gigantes del Cibao en los primeros años no escatimó esfuerzos para que esa franquicia se convirtiera en una potencia en el torneo de béisbol profesional del país.
Es muy significativo resaltar que Genao no tenía un emporio empresarial que le apoyara y tampoco tenía el soporte de los empresarios y la fanaticada de San Francisco de Macorís. Don Alberto arriesgó el patrimonio económico de su familia para colocar en el terreno al equipo de mayor talento de la Lidom encabezado por Nelson Cruz, Kendrys Morales, Alexi Casilla, Juan Francisco, Wilson Valdez, Brayan Peña, Joel Peralta, Darío Veras y otros. Nunca le quedó mal con el pago a esos estelares y a ningún otro. Descanse en paz como se lo merece, Don Alberto.