Una de las películas que más me han gustado en la vida ha sido “Al maestro, con cariño”, protagonizada por Sidney Poitier, no tan solo por la magnífica actuación del artista, sino principalmente por el buen sabor que le queda al espectador tras recibir el mensaje de amor, abnegación y sacrificio que envuelve la vocación del magisterio.
Estoy convencido de que nunca será bien valorada la labor de un buen educador, trátese de una simple maestra de escuela rural o de un reputado profesor universitario.
Por eso me viene a la memoria la película de Poitier en este preciso momento en que está sobre el tapete de la actualidad nacional la discusión de un Pacto por la Reforma de la Educación que, con la participación del presidente Danilo Medina, pretende suscribirse para ser ejecutado durante los próximos quince años, sea cual sea el gobierno que esté rigiendo al país durante ese periodo.
Uno de los puntos neurálgicos en la discusión del citado Pacto es, naturalmente, el relativo al sueldo que deben devengar los maestros. Dada la trascendencia del trabajo que implica el magisterio, el Estado no puede ser tacaño ni miserable con los maestros.
He conversado con varios expresidentes de la Asociación Dominicana de Profesores y en todos he visto una actitud decidida, pero comprensiva, en el sentido de que reconocen las precariedades económicas del presupuesto nacional, de manera que verían con buenos ojos un aumento escalonado de los salarios en el área de la educación pública, hasta alcanzar un ingreso justo, equitativo y digno.
Las partes que discuten el Pacto por la Educación podrían aprovechar la coyuntura y no ser mezquinas en este caso. Al maestro, como en el título de la película que he mencionado al principio, hay que tratarlo con cariño. Y con justicia, agrego yo.