La industria azucarera dominicana, que un embajador estadounidense predijo hace casi 40 años estaba condenada a desaparecer, ha resurgido en años recientes con un vigor renovado.
Recientemente comenté los éxitos de Central Romana, que alcanzó records de producción en su zafra e importantes certificaciones ecológicas.
Ahora veo que el Ingenio Colón, del grupo Inicia, por igual superó sus expectativas logrando 113,000 toneladas de azúcar y 43,400 de melaza, producidas con certificación de sostenibilidad social, económica y ambiental de la norma internacional Bonsucro.
Hace pocos años era casi impensable esperar esta dramática reconversión de una industria tan compleja, antiguamente criticada porque sus métodos tradicionales no evolucionaron a la misma velocidad que la sensibilidad ambiental, social y política de la opinión pública.
La desaparición del CEA también ha contribuido a mejorar la imagen del sector azucarero, cuyos antiguos ex empleados estatales aun padecen los estragos de la imprevisión.
Tan patente contraste confirma algo que camajanes de nuestros gobiernos quisieran olvidar: los negocios mejor dejarlos a empresarios, que gobernar debería bastar a muchos políticos.