No quería escribir esto que quizás me ayude a aceptar lo inevitable. Fui bendecido al tener una niñera excepcional que fue casi una segunda mamá.
Ayudó a mi madre a criarme hasta que era bastante grande.
Nació en Samaná en una familia de exesclavos traídos desde Estados Unidos en 1875.
Fueron los cocolos originales antes de llegar los obreros cañeros. Su dulce habla revelaba al español como una segunda lengua. Me arrullaba con canciones de cuna en inglés de su religión protestante.
La semana pasada fui a Portillo a celebrar mi cumpleaños con mi familia en la playa y como siempre fui a visitar a mi mamá prieta.
En su casa sólo encontré a su hermano Daniel, de 92 años. Tati falleció lúcida, sin enfermarse, a los 97 años. Daniel no me avisó pues había perdido su celular.
Lloré por la pérdida y por enterarme meses después sin haber acompañado su entierro. Peor aún, no quise amargarles a nietos, hijos y esposa sus días de playa, por lo que inicié un duelo íntimo.
Estoy seguro de que, si existe un Cielo, Dios recibió su alma y ella goza en su presencia.
Descanse en paz Victoria Buck (1927-2024).