He visto pocos medios haciéndose eco de la muerte del padre Julio Soto. Aunque su muerte pase sin pena ni gloria para muchos, es de los grandes hombres que han trascendido en República Dominicana por su compromiso extremo con los jóvenes y sus huellas positivas.
El padre Julio fue una columna fuerte de la Congregación Salesiana en el país. Impactó en obras como la del Instituto Técnico Salesiano (ITESA), formando como técnicos a miles de jóvenes de pocos recursos y abandonados que cambiaron sus vidas gracias a la labor de los politécnicos que auspician los hijos del padre y maestro de la juventud.
El liderazgo del padre Julio fue decisivo en el equipamiento y sostenimiento de talleres de mecánica, electrónica, artes gráficas y electricidad que forman a los mejores profesionales con que cuenta el empresariado dominicano en esas competencias.
Julito, como le decían, también fue sostén del Colegio Don Bosco, obra estandarte de la misión salesiana que ha dado al país grandes profesionales en el área empresarial, política, jurídica y comunicacional. Para los alumnos de ese centro educativo, el padre Julio fue maestro, educador y director.
Para muchos exalumnos, que por años mantuvieron contacto con Julito, el seguía siendo guía y mentor.
Su amor por la Eucaristía era uno de sus sellos. Escuchar la misa del canal oficial cada domingo, celebrada por él era un banquete espiritual. La profundidad de su prédica era imperdible. Su pasión por este sacramento lo llevó a promover su esencia a través del libro “Celebremos la misa”, con un contenido de lo que debe ser la verdadera liturgia.
Pero lo más grande en Julito creo que fue su amor por los humildes y la generosidad y bondad extremas, además de su gran capacidad de trabajo.
Era padre literal para todo el que lo necesitaba. Cumplía ese rol de cuidar, de responsabilizarse por el otro y de proveer al necesitado. Su mano siempre estaba tendida para ayudar.
Su sentido de alegría y humor siempre fueron contagiosos. Sus bromas y ocurrencias siempre alegraban el ambiente. Donde él estaba no había nunca tristeza ni enfado.
Julito fue un Don Bosco de este tiempo. Cumplió fielmente la misión de formar buenos cristianos y honrados ciudadanos. Esperamos que esté gozando de la gran promesa de este santo a los que lo siguen en la vocación salesiana: el paraíso.