Ha transcurrido ya algún tiempo desde que mi amigo de infancia y compañero de estudios, Elvis, partió de la vida terrenal como consecuencia de cáncer, enfermedad que lo mantuvo muy ocupado sus últimos años.
Elvis, siempre estuvo muy ocupado, desde su primera infancia cuando enfermó y su madre ofreció a Dios dejarle crecer el cabello si lo curaba. Una vez sanado su pelo fue mantenido largo y muy bien cuidado.
Corría 1979, y entramos tarde a la escuela ese año como consecuencia del devastador ciclón David. Es en esa época en la cual los caminos de 52 niños se encontraron ante la promesa de 10 años de aventura y conocimiento.
A Elvis lo recuerdo ágil, un tanto hiperactivo, y lo más llamativo era lo inusual de que un chico llevara el cabello hasta los hombros, razón por la que le llamábamos “Lucan” (por una serie televisiva sobre El Niño de la Selva).
Aquella melena no duró largo tiempo, sus padres tuvieron que cortarla porque las escuelas De la Salle tenían sus códigos de vestimenta y cuidados personales más firmes que una promesa.
El pequeño Elvis era muy sociable, sin lugar a dudas que todos deberían recordarlo, porque de algún modo tocó a cada uno de sus compañeros con sus condiciones naturales de líder.
Durante los años de adolescente y ya cursando el bachillerato, siempre estuvo atento junto a otros compañeros para organizar actividades extra curriculares que se realizaban por las tardes o los fines de semana, en casas de compañeros o fuera.
Cuando finalizamos el bachillerato, fue el motor impulsor para lograr que los egresados nos encontráramos en diversas ocasiones. Siempre tenía una sonrisa y un abrazo disponible para sus amigos e incluso para los más necesitados, y es que el jamás mostró favoritismo entre sus compañeros.