Adicción a la tecnología

Adicción a la tecnología

Adicción a la tecnología

Por si no era suficiente con la incidencia de las drogas, el alcohol y el tabaco en la salud de los seres humanos, la sociedad de la información y la era digital trajeron consigo otro tipo de adicción: la tecnológica.

Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), una de cada cuatro personas sufre trastornos de conducta asociados a las nuevas tecnologías. Asimismo, investigaciones de la Universidad Estatal de Michigan indican que el exceso de uso de las tecnologías puede afectar negativamente la toma de decisiones al igual que lo hace el consumo de drogas.

La adición al móvil y sus aplicaciones se está volviendo un nuevo fenómeno social con impactos impredecibles. Las muertes por selfis y los accidentes de tránsito por uso de celulares o chateo inoportuno también siguen en aumento a nivel mundial.

Los choques de dopamina que producen las redes sociales nos mantienen en ascuas esperando una actualización, un “like” o el próximo mensaje de un extraño, a quien no le importamos ni nos importa y por el que desatendemos a la familia.

El mejor amigo del hombre ya no es el perro, sino el Android, al que le damos las buenas noches y el que nos despierta en las mañanas como un amante fiel.

El reto de vivir un fin de semana sin teléfono inteligente o una hora desconectado ya es oferta de torneos y concursos televisivos.

Quién sabe si también se convierte en un nuevo récord Guinness que solo seres excepcionales puedan marcar.

Frente a cualquier adicción, la propuesta es la rehabilitación que libere al hombre de ataduras que le impiden vivir de forma funcional. Ya en Japón existen terapias de rehabilitación tecnológica basadas en la reconexión con la naturaleza y la condición humana.

La sanación a todo parece que es volver a nuestro origen, a la tribu, a la familia y a la tierra porque no somos máquinas sin alma a las que un chip puede determinar.

Reconectar con el entorno es imprescindible para rescatar la esencia que nos define. Como dijo Edward Abbey, la naturaleza no es un lujo, sino una necesidad del espíritu humano, tan vital como el agua o el buen pan.



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