A propósito del tiempo de Cuaresma, es oportuno reflexionar sobre la importancia de la palabra de Dios como alimento espiritual. Muchos la veneran y la sacralizan, pero hay que ir más allá.
Es necesario acogerla, creerla, interiorizarla, ser tierra buena para que ella pueda germinar y construir hermandad.
Creer:
La palabra de Dios es su mensaje. Desde antiguo, Dios se manifestó a los hombres y mujeres mediante su revelación, a través de profetas que anunciaban su mensaje y, finalmente, se manifestó por medio de su hijo Jesús que es la palabra hecha vida.
Acoger la palabra es tener fe y confianza en que las promesas de Dios son tan ciertas hoy como ayer. Que su mensaje sigue vigente en el mundo, pero sobre todo, que es una invitación personal a acercarse a Él y ponerlo como centro de la vida.
Interiorización:
Interiorizar la palabra de Dios implica una aprehensión que se logra leyendo la Biblia y meditando su contenido. Nadie practica lo que no conoce. Si queremos seguir un buen camino, primero pensamos en la mejor ruta. La palabra es la brújula de nuestras vidas. Orienta el sentido de la existencia humana que es Dios.
Ser tierra buena:
La palabra de Dios germina en tierra buena. Jesús, en Mateo 15-23 y en Lucas 8:15, nos invita a ser terreno fértil para que su mensaje pueda crecer y dar frutos: “Pero la semilla en la tierra buena, éstos son los que han oído la palabra con corazón recto y bueno, y la retienen, y dan fruto con su perseverancia”.
Ser tierra buena es escuchar la Palabra, entenderla y aplicarla, cuidándonos de los peligros que nos acechan en el camino de Dios: las distracciones del mundo.
Ser familia de Jesús:
En Mateo 12, 46-50, como respuesta a un requerimiento de sus discípulos, Jesús expresa que su familia son los que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica.
El sentido de su expresión no es un desprecio por la familia sino la exaltación de una valoración de gran trascendencia: la vinculación con su palabra como sello de la hermandad que se establece con Él cuando se asume su mensaje.