Los racistas no blancos, enfermizos como todos los racistas, pretendieron durante el siglo XX casi completo, y aún lo intentan, sembrar sospechas y confusión en las sociedades hispanoamericanas, haciendo creer, incluso con algún grado de éxito, que el 12 de octubre se llama “Día de la Raza”, como modo de patentizar un supuesto rechazo a las razas no europeas que se conjugaron en el Descubrimiento de América, ¡como si Europa no fuese, como siempre lo fue, un muestrario, aunque desproporcionado, de todas las razas del mundo!!! No reparaban en que Europa tuvo esclavos negros y blancos mucho antes que América.
Se les olvidó a nuestros racistas que se trata de la conmemoración pura y simple de la gesta hispánica que hubo de cambiar, de modo radical, el curso de la historia humana, no solo occidental, sino también global.
Pero por suerte, ellos, que viven a la caza de unas ofensas visibles o soterradas que pudiesen justificar su “rebeldía sin causa”, han bajado últimamente, si no el volumen, por lo menos el tono de su macabra obertura, y gracias a esto la celebración viene recuperando, acaso tímidamente, el significado, la simpatía y la gloria de antaño.
Claro que hoy ya no se disfruta del programa de actos escolares con que se deleitaron, sin distingo de colores ni de credos, los niños de mi generación.
Pero ya se siente el regreso de las brisas refrescantes de la fidelidad a nuestros antepasados, pues, queramos o no, los descubridores y conquistadores de América no fueron marcianos ni extraterrestres ni angelitos del cielo ni del infierno, sino nuestros mismísimos abuelos, bisabuelos, tatarabuelos, “chornos” y demás ascendientes, todos de carne y hueso, pecadores de nacimiento, llegados de Europa y de quienes nunca debemos renegar si somos honestos.