Abogado del diablo
Algunos hechos de sangre, entre ellos el asesinato de una oficial de la Autoridad Metropolitana del Transporte mientras realizaba su trabajo a las 7:00 de la mañana en el puente Presidente Peynado, parecen haber revivido en la población la idea de que la Policía debería ejecutar a los asaltantes y asesinos de gente útil.
Lo he leído en medios digitales, lo he oído en la radio y en conversaciones cara a cara… lo he visto en la televisión. Ahora voy a ser abogado, pero no de asaltantes, lo seré de policías.
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En primer término, para salir a cazar delincuentes los policías deben actuar luego de los hechos. No es posible salir a disparar sobre las personas apoyados en el rumor, la simple denuncia o la manera de llevar el pelo o la indumentaria de tal o de cual. Esta es una desventaja, pero también un requisito.
En segundo término, así como la acción de asaltantes empuja a pedir una buena violencia desde la Policía, la de este cuerpo va a generar una multiplicación de la mala violencia de los bandidos.
La petición de una persona, el reclamo de una familia o el clamor de la sociedad, obligaría a la Policía a violar la ley, y no se puede andar por ahí saltándose las normas sin ponerse al mismo nivel de quienes viven al margen de toda regla y todo orden.
Pero hay más: si la comunidad pide agentes asesinos la Policía sólo podrá reclutarlos de ambientes de asesinos o entre quienes sólo tengan la opción del crimen para sentirse al nivel del gasto impuesto en todo el país por la clase media. Nadie con formación familiar, decencia, síquicamente sano y debidamente humanizado, dejará andar la vocación policial si la descubre entre sus intereses.
El jefe de la Policía y toda la cadena de mando de ese cuerpo de orden se nos volverían insoportables. Serían, ni más ni menos, los jefes soberbios de una banda de criminales pagados por nosotros, o nuestros cómplices en los ríos de sangre desatados en el país para librarnos de una pesadilla evadida de nuestros sueños.
La superación de la violencia pasa por una revolución social para la cual todos tendríamos algo que sacrificar, cambiar nuestras maneras de ver el mundo, reformar nuestros estilos de vida.
Me parece, por demás, poco humano pedir a la Policía la deshumanización de su personal para que la sociedad viva como le parezca, en muchos casos al margen de la ley, exhibiendo y estrujando su bienestar, su suerte o su talento en la cara de otros, particularmente unos “otros” mal provistos.
Pedirles que salgan a la calle a cualquier hora a matar o a matarse con delincuentes porque se les paga es un arma de doble filo. Alguien aparecerá en condiciones de pagarles mejor por la misma tarea.
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