Managua, Nicaragua. La realidad de mayor trascendencia de la que nos hicieron copartícipes estos años, meses y días recién transcurridos es que no podemos soslayar la esencial importancia del factor tiempo. O del transcurrir del tiempo.
El tiempo es una realidad tan vívida y real que es como si lo viéramos deslizarse por nuestras manos como el agua que se nos escapa entre los dedos. Se proyecta a cada instante frente a nuestros ojos.
Posee un poder ilimitado que estremece y transforma todos los factores de nuestra existencia. A veces somos incapaces de mirarlo de frente, porque es inasible, huidizo, inmaterial. Pero siempre está ahí, indeclinablemente presente.
Lo deseemos o no. Nos alerta de su presencia en el reflejo de los espejos, en el cansancio de nuestra mirada o en el abatimiento de nuestras manos. Si cerramos los ojos ocupa nuestra mente y nos proyecta la película agonizante e indetenible de nuestras vidas.
Hechos, rostros, ambientes, personas, calles, noticias, cruzan por nuestra mente como una película interminable. Ayer, la singular luna de Managua se proyectó en las alturas del cielo y era tan intensa y maravillosa su belleza, su absoluto dominio del panorama, que una avalancha de presencias y eventos me cruzaron por la mente de forma avasallante e indetenible.
Ah, la nostalgia. Hace poco éramos apenas muchachos que caminábamos alegres y desentendidos al colegio. Veíamos a los adultos de rostros agobiados y temerosos hablar en susurros de los rumores sobre el ataque a tiros contra el generalísimo Trujillo. Cuántos años han pasado…
Y entonces nos observamos encerrados en nuestras casas, aterrados por la pandemia, mientras un ministro de rostro adusto nos describe cifras aterradoras de fallecidos y contaminados, la disponibilidad de camas y los esfuerzos para hacerle frente a ese enemigo invisible que a todas horas nos castiga la humanidad como aquella plaga bíblica que asesinaba a los primogénitos…
Pienso en estos eventos del pasado reciente y es grande el alivio al imaginar que el peligro ha sido reducido a dimensiones controlables.
El tiempo, me digo y repito. Transcurre por nuestras vidas y las afecta gravemente. Volvemos la mirada, nos contemplamos a nosotros mismos, a los otros, las calles, escuchamos las noticias. Todo es diferente. Su presencia ha tocado y transformado de manera indefectible la existencia.
Cierro los ojos y permito al pasado que se adueñe de nuestra memoria. Veo al presidente Abinader sereno, apacible, muy firme, mientras se refiere a realidades que es preciso transformar de raíz y con premura porque el tiempo transcurre y cada minuto sin acciones es tiempo perdido.
La tarea fundamental e impostergable es transformar profundamente una suma de situaciones que trastornan el presente y el futuro de todos. Hay que erradicar de forma profunda la corrupción.
Y aplicar la justicia de forma ciega. Hay que priorizar la atención a los niños, a los ancianos, a los desvalidos, a la mujer.
Hay que levantar un muro definitorio y definitivo en la frontera. Hay que proceder de manera impertérrita y agresiva contra la delincuencia y los abusos de gente con diversos grados de poder. Hay que sentar las bases para un presente y un futuro de progreso ininterrumpido. Hay que enfrentar con mano dura toda clase de delitos.