En el Distrito Nacional, las calles narran historias de abandono y desesperanza. Personas de todas las edades, marginadas y en condiciones de extrema pobreza, son testimonio del desamparo por parte del Estado y en otras ocasiones del seno familiar.
Debajo de los puentes y elevados encontramos a menudo personas que viven en la indigencia, pero cada una de ella tiene una historia merecedora de ser escuchada y que muchas veces ignoramos talvez por el mal olor o porque en ocasiones se tornan un tanto peligrosa.
También te podría interesar: Sermón de las Siete Palabras: Iglesia pide perdón por los políticos corruptos que han abandonado la sociedad
Hablemos del caso de Álvaro Filpo, un hombre de 52 años que día tras día busca su sustento en los zafacones, esta vez se encontraba en la 27 de Febrero con Leopoldo Navarro, acompañado siempre de su fiel amigo, un perro. aunque su vida la desarrolla en el populoso barrio de Capotillo, específicamente en la 42.
Álvaro cuenta que su vida dio un giro negativo, tras la muerte de su padre cuando apenas tenía 16 años. Aunque cursaba el tercer año de bachillerato, la pérdida lo desorientó por completo, llevándolo a abandonar sus estudios y a caer en el mundo de las drogas.
Después de múltiples intentos por rehabilitarse, incluyendo un periodo en Hogar Crea del cual se graduó, Álvaro se hizo reincidente y cayó nuevamente en ese mundo oscuro y difícil de salir. Trabajó como camionero, se casó y tuvo hijos, pero el vicio era su mayor problema, costándole su trabajo, su familia y sus amigos.
Con lágrimas, Álvaro confiesa el dolor y la dificultad de su situación: «Nosotros no queremos vivir en esta condición, para nosotros comer tenemos que buscar en la basura y ver si encontramos algo que tenga algún valor, para venderlo y comprar droga», expresó Filpo.
Argumenta que el gobierno debería prestar más atención a quienes viven en condición de calle, facilitándoles al menos un lugar donde alimentarse, ya que al estar en esa condición le es difícil conseguir un trabajo para sustentarse.
Respecto a su familia, Álvaro expresa un dolor profundo. Sus hijos, agotados de intentar ayudarlo, se han distanciado. «Te juro que nadie quiere vivir en la drogadicción. Mi familia y mis amigos piensan que no quiero mejorar», lamenta.
Álvaro también subraya que para comprender la magnitud del problema de la adicción requiere vivirlo: «Muchas personas critican sin entender la gravedad de este problema y cómo nos sentimos los rechazados por todos».
Conforme al más reciente Boletín de Estadísticas oficiales de Pobreza Monetaria del Ministerio de Economía Planificación y Desarrollo (MEPyD).En el caso de República Dominicana al menos 296,591 personas no cuentan con los medios o recursos económicos para satisfacer sus necesidades básicas.
Este es solo un caso de los muchos que tenemos en el Distrito Nacional que claman por comprensión y apoyo, en lugar de juicio y abandono.
Una mirada más humana y compasiva podría cambiar la vida de muchas personas que, como Álvaro, luchan cada día por no redimirse y recuperar su lugar en la sociedad.