Uno de mis personajes favorito fue una joven humilde que, con mucho sacrificio, fue subiendo escalones y saltando obstáculos. Cuando estudiaba Derecho, su sueño fue ser la mejor abogada para luchar por la justicia y sentía gran compromiso por su comunidad, a la que agradecía haber estudiado.
Al graduarse se casó con un joven que siempre había militado en un partido político, que logró que la hicieran fiscal. Al principio ella actuaba correctamente y era un ejemplo de honestidad.
Luego parece que olvidó sus sueños, porque comenzó a escucharse que pagaba favores políticos y se decía que la desviaron del camino.
Algo parecido está pasando con la Justicia dominicana, que debería ser el ente más pulcro y creíble, y está empañado por escándalos que producen un gran desengaño. Fiscales y jueces, antes que cumplir su función social, son piezas del ajedrez de la corrupción, colocadas para encubrir el lodazal de sus jefes.
El descaro es tanto que se culpan unos y otros, evidenciando que son todos cortados por la misma tijera.
Aspiramos a una sociedad equilibrada, donde no se partidaricen estructuras básicas como el sistema judicial.
Las personas que van a ejercer funciones judiciales deberían ser elegidas por sus méritos y no por pertenecer al partido de gobierno.
Cuando un gobierno coloca la Justicia a su servicio, nos priva del único instrumento para garantizar la igualdad, que es la ley.
La política es una ciencia hermosa cuando se ejerce por amor. Cuando se usa para las barbaries que se están viendo en el país, resulta repugnante.
Los humanos estamos diseñados para vivir en sociedad y no es lógico que nos demos ala tarea de destruir lo que permite la convivencia ciudadana. Dañar la Justicia es atentar contra todos y todas.
Donde no hay justicia confiable estamos frente a una falsa democracia.
Si los jueces y fiscales son cómplices, ¿a quién le creo?