La Iglesia católica sigue la tradición de la caminata “Un Paso por mi Familia” en la que que miles de fieles marchan por los valores asociados a la entidad familiar.
Este año la actividad vincula la familia con la esperanza y el cuidado. Nada más certero. Si algo da y trae esperanza en la vida es la familia. Ahí es donde se tejen y se concretan nuestros sueños. Desde pequeños, es la familia la que nos inspira a ser mejores, a ser grandes a aspirar a más, a mirar hacia el cielo.
Es en la familia donde podemos afirmar rotundamente que la esperanza nunca se pierde. En los momentos de temor, incertidumbre o dolor es en la familia donde encontramos fortaleza, templanza y resiliencia frente a la adversidad y las dificultades.
La familia también concreta la esperanza. El padre y la madre que recibe a sus retoños frágiles y necesitados, con su cuidado y protección los convierte en los ciudadanos responsables, en los líderes que nos dirigen, en los profesionales de éxito y en los hombres y mujeres de bien que mantienen viva la esperanza de un país mejor.
Y a la familia vuelven los que esperan. Cuánto anhelo produce volver a la casa paterna después de haber formado un hogar propio, al retornar de un largo viaje o por algún distanciamiento. Las mayores alegrías de la vida se producen en familia.
Todo comienza y termina en la familia. Hasta el trabajo tiene sentido porque asegura su bienestar y, al final de la jornada, o del cumplimiento de cualquier meta, volvemos a respirar el amor y la paz del hogar.
Como diría el papa Francisco, la familia sigue siendo la esperanza del mundo, la esperanza de la fe y de la paz: “Ustedes, familias, son la esperanza de la Iglesia y del mundo.
Con su testimonio del Evangelio pueden ayudar a Dios a realizar su sueño, pueden contribuir a acercar a todos los hijos de Dios, para que crezcan en la unidad y aprendan qué significa para el mundo entero vivir en paz como una gran familia”.