No es la primera vez que pasa. La locura de la violencia y el mal manejo de conflictos entre amigos y familiares ha cercenado la vida de políticos, mujeres y hombres de a pie que han encontrado la muerte en manos de personas cercanas.
Cuando se cierran las puertas del diálogo, y se instala la desesperación en el corazón humano hasta de los amigos se puede esperar cualquier cosa. Orlando Jorge Mera nunca pensó que su amigo de infancia sería su propio verdugo.
Es que los modelos que estamos viendo en este mundo favorecen todo menos la paz. Guerras por doquier, persecución del que piensa diferente, uso de armas como forma de protección y demostración de poder y de fuerza. El conflicto parece ser la norma, no la excepción.
El odio se respira por doquier. Hasta por un parqueo o por un rasguño hay quien se atreve a matar a otro. Estamos enfermos de violencia. Y es que lo que se ha sembrado se está cosechando en todo el planeta en matanzas, homicidios y desgracias. Cada día un nuevo acto de violencia nos deja estupefactos.
¿Hacia dónde vamos? ¿Dónde está la esperanza? ¿Qué les espera a nuestros hijos? La paz en el mundo, en las familias y en las relaciones tiene que ser un horizonte posible porque es una necesidad apremiante. Juan Pablo II nos recuerda que si queremos paz tenemos que educar para la paz como un deber de todos los amantes de la paz para preparar una era mejor para toda la humanidad.
San Juan Pablo II nos invita también a vencer el mal con el bien y a construir una civilización en la que el amor triunfe sobre el odio.
Nos recuerda “a las mujeres y a los hombres de cada lengua, religión y cultura el antiguo principio: «Omnia vincit amor!» (Todo lo vence el amor) ¡Sí, queridos hermanos y hermanas de todas las partes del mundo, al final vencerá el amor! Que cada uno se esfuerce para que esta victoria llegue pronto. A ella, en el fondo, aspira el corazón de todos”.