Los efectos de la contaminación ambiental no son sólo teorías de estudiosos científicos alarmistas preocupados por el medio ambiente, son la realidad misma de los seres humanos.
El cambio climático se está dejando sentir con intensidad en la mayoría de los países, en huracanes, tornados, sequías y temperaturas extremas manifestadas, es un frío que mata o un calor que quema.
La falta de agua por la sequía en República Dominicana ya es un problema social que profundiza la marginalidad y la exclusión. Los barrios de Santo Domingo y del interior escasamente reciben servicios de agua porque se están secando las presas por falta de lluvias.
La deforestación no sólo es un drama de Haití. En nuestro país, en donde había ríos, sólo quedan cauces secos que apenas rememoran el agua que por allí corría. Al cruzar un puente, vemos con nostalgia que lo que era un río ya no lo es y probablemente no volverá a serlo nunca.
Con estupor vimos la quema de montañas en República Dominicana. Los pulmones de oxígeno están en peligro por los incendios forestales de inescrupulosos que quieren dañar el sostén de nuestra vida.
Los plásticos en las aguas se están convirtiendo en islas gigantes. En nuestra amada Quisqueya, la vergüenza del plástico que llega al mar le dio la vuelta al mundo en una foto que se convirtió en viral navegando en todas las redes del planeta.
Lo han dicho muchos: o cambiamos o perecemos. Greta Thunberg, la niña que, enojada, denunciaba la masacre medioambiental, hoy nos reclama llorando que a menos que se produzcan cambios permanentes en la cultura, para el 3030 presenciaremos la sexta extinción masiva de todas las especies.
Tenemos que escuchar a Greta y sumarnos todos a una nueva conciencia. Hay que hacer más. Hay que reducir más las emisiones que contaminan. Hay que fortalecer las leyes medioambientales y hacerlas cumplir. El uso de plástico debería ser un delito y hacer obligatoria la reforestación. La vida simple y natural será nuestra sobrevivencia.