Entró en un nivel de alta preocupación los violentos enfrentamientos registrados en los últimos días entre agentes de la Policía Nacional y moradores de barrios populosos que violan el toque de queda impuesto por las autoridades como parte de su estrategia para frenar el coronavirus. Lamentable.
De ninguna manera se justifica la actitud temeraria e irresponsable de una parte de la población, especialmente de jóvenes que, desafiando a las autoridades, siguen su rumba como si nada durante el horario del toque de queda. Es como si no le tuvieran miedo ni al Covid ni a la Policía.
Es cierto. La gente está cansada de estar encerrada y de las restricciones impuestas desde el inicio de la pandemia a mediados del mes de marzo del año pasado. Algunos encuentran en la bebida y en el bochinche la válvula de escape “ideal” para botar el estrés.
Hasta cierto punto eso es comprensible; el problema está cuando la Policía intenta poner el orden y apresar a los más escandalosos del barrio.
Claro, en otros sectores sociales el trato es diferente, y aunque también allí se viola el toque de queda, hasta ahora –a excepción de dos bodas de ricos- no se ha visto detenciones ni enfrentamientos violentos en clubes o residenciales de clase media alta y menos en complejos turísticos, en villas y fincas donde hacen fiestas clandestinas y no tan clandestinas, protegidas a veces por los propios agentes.
En los barrios el cuento es otro. Son decenas de videos en los que se ven escenas de violencia protagonizadas por la Policía. Pobres reprimiendo a pobres (y tal parece que ambos bandos disfrutan del enfrentamiento).
Soy partidario de que se arrecie la campaña para sensibilizar a la población, tratar de convencerla de manera eficaz para que se cuide, que se evite el colapso del sistema hospitalario, que entre todos ganemos tiempo en lo que llega la vacuna o logremos la inmunidad de rebaño.
Tal y como resalta el editorial del periódico EL DÏA del lunes, es necesario que la Policía evite cualquier tipo de exceso. La arbitrariedad solo consigue el rechazo de la población.
No son todos, ni la mayoría, pero algunos agentes desbaratan con los pies lo que otros hacen con grandes esfuerzos.
Resulta patético ver al director de la Policía hacer malabares para tratar de justificar las acciones brutales de algunos de sus agentes.
No se puede pretender “salvar vidas” a palos limpios. La Policía está obligada a modernizarse y a utilizar las técnicas adecuadas, necesarias, para controlar a una minoría de desaprensivos, pero no se debería hacer violando los derechos humanos.
Al gobierno le conviene evitar ruidos innecesarios como este, que es aprovechado con oportunismo por antiguas bocinas para disimular toda la fetidez que ha ido saliendo de las cloacas del poder al que sirvieron y del cual se sirvieron como rémoras.
Hay que evitar la propagación del Covid-19, pero sin abusos.