A orilla de ríos la gente crea coraza y desafía Irma, por casas

A orilla de ríos la gente crea coraza y desafía Irma, por casas

A orilla de ríos la gente crea coraza y desafía Irma, por casas

Érika Trinidad observa cuando le “aseguraban la casita”, y pensaba dónde llevaría su televisión.

Santo Domingo.-Mari Luz Castro, de 54 años de edad, ha tenido varios embates de la naturaleza, dada su precariedad económica.

Por esa razón ayer, en la víspera de la llegada del huracán Irma, lucía tranquila en su casita en la orilla de los ríos Ozama e Isabela en el populoso barrio La Ciénaga.

“Hay que agarrarse de Dios. Cuando el ciclón David perdí todo, solo salvé a mi primera hija… ni un jarro salvé”, reflexiona.

Desde entonces mantiene fresca en su memoria la vivencia de ese huracán de 1979, cuando residía en Cristo Rey y se vio obligada a irse a un refugio y abandonar todo para no ser una más de las víctimas dejadas por ese fenómeno.

Amenazados de muerte

Al igual que muchas familias de La Ciénaga, amenazadas por las inundaciones que se registran allí cada vez que viene una simple tormenta, esperaba el último minuto para abandonar el lugar, a sabiendas de las advertencias del Centro de Operaciones de Emergencias y otras entidades, de que este huracán es categoría cinco y podría arrasar no solo con casuchas como la suya, sino con su vida.

Ella no era la única que se mantenía en el entorno, otros, en “chozas” similares de madera, latas viejas, cartones y cinc oxidado, trataban de pegar parchos o amarrar las cobijas para que los fuertes vientos no los dejasen a la intemperie, además no perder los pocos enseres que eran su mayor preocupación, primero que la vida.

Ausencia de autoridad

A todo eso, las autoridades, a las 1:00 de la tarde, aún no se presentaban por la zona, pese a que todos estaban atentos de que en el último minuto tendrían que irse al refugio de “El Clarín”, escuela más cercana, que es el albergue al que muchos como ella acuden mientras aguardan la esperanza de que algún día el presidente Danilo Medina echará una mirada por ese lugar y lograrán salir de esa “incertidumbre”.

Otros escuchaban boletines   contemplando serenos su hábitat.

Otros escuchaban boletines contemplando serenos su hábitat.

Mari Luz, unida a un chiripero con quien procreó cuatro hijos, hoy mayores de 30 años y casados, depende del alquiler de la mitad de su casita y dádivas que en ocasiones le dan sus vástagos para cubrir medicamentos de la diabetes que padece; dijo sentir un poco de temor, pero está agarrada de Dios.

Nació en Guachupita, Cristo Rey, después de David se fue a Sabana Perdida, luego por el mercado “Nuevo”, pasó al barrio de La Marina, por el puente Duarte, y luego llegó ahí, donde pasó el ciclón Georges, en esta ocasión dejó el refugio con apenas alimentos y sábanas que le dieron, porque el marido se metió en celo y entraron en pugna en el lugar.

Entorno

Mientras ella narraba su historia, el “ruido” y lamentos de otros eran escuchados por reporteros de EL DÍA. “Aquí cuando sube el río perdemos todo.

Danilo tendrá que hacer algo por nosotros en esta vuelta”, comentó Felicia Féliz, que lleva 38 años en el lugar.

Ahí, dijo, ha criado nueve hijos, a los que dedica su vida. Recordó que en otro huracán perdió todo; se sentía desamparada sin saber dónde llevar sus trates.

En una dinámica parecida estaba Érika Trinidad, madre soltera, con sus dos niños, a quien vecinos le reforzaban el zinc de la casita. Trabaja tres días a la semana en casa de familia y temía perder sus ajuares.

Tiene diez años en ese lugar del que se resiste irse, aunque está a cuatro casas del río.

El drama se repete.

Ninguna como la de Winger Ruiz, en silla de ruedas por haber perdido sus piernas en un accidente, y hoy con su esposa embarazada dijo que lo mejor era preservar la vida, no así los enseres.

Se mostró alegre y les pidió a sus gentes que salgan de allí. La pérdida de sus extremidades le ha enseñado a valorarse más y a no afligirse.

Cañadas.

Distintos puntos del lugar están atravesados por quebradas llenas de basura.

Preparativos.

Unos que otros tenían sus pertenencias en maletas, esperando a que se active el huracán para dejar el entorno.

Fragilidad.

A sabiendas de la vulnerabilidad, algunos vecinos remendaban techos que una simple brisa vence al instante.



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