A mi amigo: Molina Morillo

A mi amigo: Molina Morillo

A mi amigo: Molina Morillo

Francisco Rojas

Era una de muchas tardes que viví con un ser extraordinario.
Me llama su secretaria:

– Frank, te llama el Doctor, ven rápido.

– Ya voy, le dije.

Entro a la oficina y lo veo como todas las tardes en su escritorio trabajando como uno más de la redacción. Un ejemplo de trabajo, me enseñó a valorar el trabajo, le digo:

– Hola Doctor, ¿cómo está?
– Bien Frank, ¿y tu familia?
– Están bien, los mellizos están grandísimos.

– Ayúdame con la computadora (él tenía una Mac, le gustaba la tecnología) no encuentro el acento, me dijo.
– Doctor, el acento está en esta parte del teclado (el mira el teclado, con sus manos delicadas consigue tocarlo), y me dice:

– Gracias (como si fueran unas palabras de aliento). ¡Todo saldrá bien, no te preocupes!

Era como si supiera con certeza lo que habría de venir. Pues conocía lo preocupado que estaba por él. Estas fueron las últimas palabras que sostuve con este ser humano que me dio la oportunidad de crecer como profesional y ente; siempre me aconsejaba como si fuera alguien importante para él.

Tengo el privilegio y el honor de ser su amigo, digo tengo, porque él está siempre presente en mi vida.

En su oficina, en la redacción y en el periódico en general, se siente el aura de una persona que marcó el camino a seguir con su ejemplo de sencillez, honestidad, sinceridad, humildad, sensibilidad, amor, disciplina y cohererencia… Es difícil despedirse de un amigo como él.

No importa la distancia que exista, siempre habrá una conexión duradera. Hasta siempre, Dr. Molina Morillo.



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