No reúno condiciones para sustentar que la enseñanza escolar de antes era mejor que la de ahora. Primero, porque la Educación no es mi especialidad, y segundo, porque lo más lógico parece ser que los avances de la ciencia y la tecnología arrastren consigo también inevitables cambios en el quehacer educativo.
Me parece, sin embargo, que en esa evolución se han perdido algunos eslabones que eran muy positivos para la formación del joven estudiante, el fortalecimiento de la unión familiar, el respeto al maestro y el apego a los valores cívicos y morales.
Ya está en desuso, por ejemplo, el cantar en la escuela aquellos hermosos himnos recogidos en el libro “La patria en la canción”, que subliminalmente influían en el niño para ser en el futuro mejores ciudadanos.
También se echa de menos el amor a la lectura que se fomentaba con el aprendizaje de memoria de poesías de los clásicos, como aquella ‘Canción del pirata’ “con diez cañones por banda…”, de Espronceda, o la de “un sabio que solo se sustentaba de unas yerbas que cogía…”, de Calderón de la Barca.
Se me dirá que me quedé atrás en este mundo del internet y las computadoras, que ya no hay que aprender a multiplicar, dividir o sacar la raíz cuadrada, porque eso lo hace de un teclazo el teléfono celular, como tampoco hace falta una biblioteca, porque todos los libros habidos y por haber también están ahí y caben en el bolsillo chiquito del pantalón o la blusa.
Sigo añorando, no obstante, aquellos tiempos en que las escuelas públicas eran tan buenas como los colegios privados y las tareas no se hacían mediante el “copy-paste”, sino con pluma de “palote” y tinta “Caonabo”.
Espero estar equivocado, pero la nostalgia me aguijonea. ¡Pobre de mí!