Los primeros informes sobre la existencia y la militancia revolucionaria del compañero Esteban Díaz Jáquez los obtuve en el otoño de 1967 cuando me correspondió pasar en tránsito por París en ruta hacia la República Popular China.
El nombre de Díaz Jáquez salía con frecuencia a relucir, pero no por su nombre propio sino por el apodo que le acompañó durante toda su vida: el Filósofo. No pude verlo porque mientras yo salía de viaje, el Filósofo estaba de retorno hacia su patria.
Pero conocí la fama de su eficiencia como representante del 1J4 en Europa, de su solidaridad franca y abierta con todos los revolucionarios que llegaban a París, su dominio del francés y del medio político revolucionario de la capital de Francia y toda Europa.
Al Filósofo lo vine a ver personalmente cuando volví al país en la primavera de 1968. Noté en seguida algunas cualidades humanas que siempre sobresalieron en Esteban, especialmente su modestia, su trato fino y su ejemplar decencia.
La desintegración del partido y las vueltas de la lucha política nos colocaron en organizaciones distintas; él, como uno de los fundadores de la Línea Roja, yo como militante del Movimiento Popular Dominicano al que pasé a pertenecer desde mediados de 1969.
Años duros y difíciles, de rigurosa clandestinidad y persecuciones impiadosas. Me enteré de la prisión del compañero durante tres años a partir de 1971, junto a Luis Felipe Rosa y José Rafael –Rafa- Pérez Modesto, en la cárcel de La Victoria.
Y qué cárcel aquella. Las torturas de la Operación Chapeo, los rigores horribles de la celda 11, la 18 y el Pasillo de la Muerte, y al igual que sus dos compañeros y muchos otros, el Filósofo los soportó con dignidad. Ya había sufrido torturas peores; la infernal prisión trujillista de La Cuarenta, y como entonces, salió otra vez de la cárcel a la militancia.
Nos encontramos en la vida pública y, entre las polémicas y las coincidencias nunca se perdió el buen trato ni la amistad personal. Con él no costaba esfuerzo llevarse bien. Ese hombre de probado valor, colaborador cercano del coronel Francis Caamaño durante la guerra patria, sabía defender sus ideas sin transgredir los límites de su acentuada cortesía.
Ante mi amigo, Leonardo Díaz Jáquez, todos sus parientes y todos sus compañeros, dejo aquí mi sentido homenaje y el recuerdo irrevocable y grato de su estampa.