Sin limitar alcance ni lectoría, desarrollo hoy esta columna como un llamado a la conciencia de políticos y empresarios.
A los primeros porque en sus manos está la conducción del Estado, el diseño y la aplicación de políticas públicas y a los segundos por ser responsables de crear capital, proveer empleos y agregar valor a la economía.
Estas categorías (políticos y empresarios) forman una ecuación que, en función de sus proyecciones, puede ser constructiva o destructiva, sinónimo de avance o de retroceso.
Para un empresario orgánico -que crea capital en el tiempo con esfuerzo, dedicación y estrategia- el político es un “stakeholder” clave, a quien debe prestar atención permanente, pues una mala jugada desde la esfera política es capaz de destruir en un instante riquezas construidas durante siglos.
Me causan mucha pena y defino como imbécilmente ingenuos a los empresarios que abominan de la política, establecidos en su propio mundo en el que, según suponen, no existen otras colindancias que producir, vender y obtener dividendos sin mirar hacia su entorno social.
El ejercicio empresarial responsable vela tanto por la estabilidad del negocio y su evolución sana, como por la certidumbre que depara el cumplimiento de la ley, la institucionalidad, la ética, la preservación del patrimonio público y la justicia, que es la garantía de la paz social, sin la cual es alto el riesgo de continuidad de las empresas.
En síntesis, un buen empresario asume consigo un compromiso político que se inscribe contra la decadencia, un fenómeno que, precisamente, arropa a la sociedad dominicana en casi todas sus fases.
Necesitamos empresarios que sean muros de contención de los malos políticos, y buenos políticos que enfrenten a los empresarios malos. El círculo sería virtuoso y la sociedad ganaría.