55 años después de inaugurado el primer sistema de emergencias en las Américas, cuya sede era Winnipeg, Canadá; la República Dominicana, con gran esfuerzo, ha instaurado ese importante servicio.
Sin duda alguna se trata de un gran logro y un esfuerzo sincero de proveer respuesta inmediata a emergencias, cosa que siempre ha dejado mucho que desear.
El problema radica en que se trata de un sistema puntual dedicado sólo a urgencias.
Parecería que funcionaría por sí solo y, a pocos días, se ha demostrado que no. La razón está a la vista de todos.
No se trata únicamente de que una serie de imbéciles utilice el sistema para hacer llamadas necias, todo ello consecuencia de años de abandono del sistema de educación, sino que el entramado con que funcionan las emergencias requiere de instituciones fuertes que lo complementen.
Y me explico:
¿De qué sirve una ambulancia veloz, si nadie le abre paso?
¿De qué sirve una respuesta rápida, si al llegar al hospital no hay medicamentos?
¿De qué sirve un camión de bomberos… sin agua?
¿De qué sirve una escalera que no pasa de un cierto nivel?
¿De qué sirve una presencia policial, si se presume que el delincuente es socio de los agentes del orden?
Etc., etc., etc.
Alguien pensaría que es injusto razonar así, ¿pero por qué conformarse con la mediocridad?
No me cabe la menor duda de las buenas intenciones que rodean este importante servicio y en modo alguno quisiera minimizar el esfuerzo que se hace, pero mientras no se aborde el problema en un amplio espectro, seguiremos teniendo un número para emergencias que será una curita Band-Aid.
En una sociedad donde todo anda manga por hombro, nada que pretenda corregir entuertos puede ser un esfuerzo aislado.
Con una popularidad en las nubes según los numeritos, ésta es una buena oportunidad (y excusa) para reconocer que se camina hacia el total caos; consecuentemente abordar tareas relegadas por años y dedicarse a poner la casa en orden incluyendo…… declarar la sociedad dominicana en permanente 911.