Era yo todavía un niño cuando, en 1962, conocí a Juan Bosch. Crecí admirando a aquel hombre culto, autor de decenas de libros, que instruía cada vez que hablaba en lo que fuera que tratara.
Ya en el bachillerato simpatizaba abiertamente con su política, por lo que ha de suponerse que, desde entonces, fui de izquierdas.
Cuando tuve consciencia de que la República Dominicana había sido entregada por “los compatriotas”, saqueada por “los compañeros” y vilmente traicionada por “los hijos de los compañeros”, se me disolvió el coágulo que tenía en el cerebro
Tal como sucede en los típicos revolcones entre políticos de clase baja, estos tres predadores, por años, influidos por un loco frenesí, impusieron récords mundiales en reyertas y alborotos de mucho condimento.
No se sabe cómo, pero para sorpresa de unos cuantos, lograron acuerdos claramente antinatura y, como buenos carroñeros, pactos caníbales con el ánimo único de devorarse al contrincante.
No importa cómo, pero lo cierto es que al final de la jornada se pusieron de acuerdo los tres y, hoy, sobre la deuda a la que han contribuido con frívolo gozo, ninguno de ellos hace alusión, como si un espeso secreto asfixiara el aire que respiran.
Callan, porque conocen muy bien que dicha deuda nos llevará a un desastre de consecuencias apocalípticas el día que el petróleo tome su curso, cuando se encarezca el dinero y la inflación se asome de nuevo.
Será entonces cuando descubramos las oscuras aplicaciones de la tuza. No hay quien dude de la longitud de la cola que ha logrado desarrollar esta trilogía siniestra en la que el PLD ha sobresalido como el peor de todos, y en cuyos intersticios hay mucha tela por donde cortar.
Ha mostrado poseer los mejores maestros de la estocada política, diestros exquisitos en falsear hechos y en sembrar incertidumbres sobre personas, especialmente sobre sus propios compañeros.
Incluso, vemos a un Presidente dedicado a burbujear sin cesar para quedarse en el poder, con el único fin de cambiarle el color a la historia que nos pertenece.
Una prueba de ello, hay muchas, es que, bajo su manto, ha circulado sin control material escolar con desinformación canalla para que las nuevas generaciones nunca sepan que hemos sido repetidamente sodomizados por Haití desde el año 1801 a 1856, insistiéndose, con saña antinacional, además, en una elástica hipérbole de la llamada matanza de 1937, para que olvidemos los peores episodios de un pasado que aún le escuece a cualquier dominicano de verdad.
El problema con el que no contaba el astringente empeño de los peledeístas es cómo logran borrar la memoria de quienes observan su accionar desde que llegaron al Poder.
De entrada, si resumimos los años que ya tiene este gobierno, puede decirse que las evidencias del riesgo de la desaparición de la República Dominicana, a cambio de la inmersión de millones de ilegales, son incontestables.
No dudo que esta gente del PLD, que ha pisoteado a su antojo todos los valores que constituyen la esencia de este país, retorcerá todos los instrumentos y todas las instituciones a su alcance para seguir disminuyendo a su propio pueblo, convencidos de que en pocos años tendrán nuevos votantes provenientes de su particular visión de territorio alargado, sin tener en cuenta que la ignominia no se lava en las urnas.
Nuestro país, mágico y extraordinario de siempre, que fue tierra de héroes, de cantores, de poetas y locos, ahora es pasto de un enjambre de tígueres, de ignorantes indecentes y de políticos sin más futuro que el de pasar sus vidas sirviéndoles copas a los enemigos de la República, en lo que preparan la noche de los cuchillos largos.
Y para que del Estado no quede nada en pie, bajo una cascada interminable de vejaciones permitidas, el país, y no el gobierno, eso es lo extraño, es objeto de una apopléjica cantidad de insultos y de mentiras.
Como tampoco han faltado incompetencias gubernamentales sospechosamente oportunas, las tergiversaciones deliberadas de la historia no se hicieron esperar.
Estos hechos incalificables, y muchos otros, han sido ejecutados, a pesar de que saben muy bien que no hay manera de eludir la responsabilidad de que todo lo que le ha sucedido, y pueda sucederle, a la República Dominicana es de exclusiva incumbencia del gobierno y del partido que lo sustenta.