Un comentario de fecha 8-8-16, hecho por el director de este periódico, don Rafael Molina Morillo, en la columna “Mis Buenos Días”, titulado “El aparatico”, me ha animado a escribir el presente artículo para motivar a todos aquellos que todavía no se han decidido a entrar en la era digital.
Mucho se ha hablado, y se seguirá hablando, de la brecha generacional. No es para menos. Es una realidad que siempre ha estado latente en el ambiente y se manifiesta de diversas maneras, muchas veces hasta creando serias contradicciones familiares que pueden degenerar en relaciones muy problemáticas entre padres e hijos.
Utilizando un lenguaje sencillo, la brecha generacional se podría definir como las diferencias que existen entre la generación actual y las generaciones anteriores (padres, abuelos, etc.); y aunque la definición es bastante simple, este tema presenta ciertas complejidades porque las generaciones anteriores creen que sus paradigmas son los únicos válidos y se resisten al cambio. Pero en esta ocasión no me referiré a los aspectos conductuales intergeneracionales, sino a otro que también me parece muy importante: la brecha digital.
Actualmente, una de las áreas donde esta brecha se manifiesta con mayor intensidad está relacionada con las nuevas tecnologías integradas a los aparatos de uso masivo, porque han tenido un desarrollo demasiado acelerado, explosivo, y las generaciones anteriores se han quedado rezagadas en un porcentaje bastante elevado, incluyendo a personajes de la talla del papa Francisco, empresarios, escritores y profesionales de todas las ramas del saber.
Algunos, para disimular su incapacidad tienen una computadora en el escritorio, pero no saben cómo utilizarla.
Y es tan grande la distancia que existe entre las pasadas y las actuales generaciones en este renglón que, por ejemplo, niños de primaria les están enseñando a los abuelos a manejar las nuevas tecnologías y a veces hasta a los propios padres.
Por estas razones, a través de este artículo quisiera animar a esas personas que han estado renuentes a entrar en el club digital, a darles el frente a estas novedades porque les van resultar de mucha utilidad.
Desde luego, a algunos les será más fácil que a otros dominar estos adelantos tecnológicos, pero por mi propia experiencia estoy totalmente convencido de que todo aquel que se decida a romper el hielo, sin timidez, saldrá victorioso.
En mi caso particular, mi interés por la computadora nació de una necesidad. A mediados de 2001 yo necesitaba con urgencia hacer un trabajo en una computadora, pero en mi oficina hasta ese momento no contábamos con un equipo informático, pero como para ese tiempo ya había muchos sitios que brindaban el servicio que yo requería, me dirigí a uno de ellos. Cuando llegué al lugar, un señor y su hijo de unos 10 años de edad atendían el negocio. Para mi sorpresa, quien me hizo el trabajo en la computadora no fue el papá, sino el hijo.
Aunque mi temor al fracaso me había impedido entrar en la era digital, en el camino de regreso a la oficina mi curiosidad comenzó a hacer su trabajo.
Me puse a pensar que cómo era posible que un niño de 10 años supiera manejar una computadora y que yo, siendo adulto, que había hecho diversos estudios, tenido éxito en los negocios y representante en esa época de una compañía multinacional de los Estados Unidos, no supiera manejarla. Eso comenzó a intrigarme y me dispuse a resolver ese misterio.
Cuando en 1958 llegué aquí a la capital a comenzar mis estudios secundarios, era de mucha utilidad, a la par con el bachillerato, inscribirse en un instituto privado en horario vespertino o nocturno para recibir clases de mecanografía, taquigrafía, correspondencia, técnica de oficina, etc.
Me inscribí en el que dirigían los honorables señores don Fernando Silié Gatón y su esposa doña Eridania, ambos de muy grato recuerdo, que estaba ubicado en la calle 30 de Marzo casi esquina San Juan Bosco.
Al principio, al hacer los ejercicios en la máquina de escribir, mis dedos no me ayudaban, se ponían tan rígidos que parece necesitaban un lubricante especial para aflojarlos. Después de un lento comienzo, felizmente mi torpeza se convirtió en destreza.
Tener completo dominio del teclado de la máquina de escribir me fue de una gran ayuda para enfrentarme con la computadora, ya que descubrí que el orden de las letras en el teclado de la computadora es idéntico al teclado de la antigua máquina de escribir.
Con ese punto a mi favor comencé a pensar seriamente en resolver el misterio que para mi representaban esos aparatos.
En septiembre de 2001, mi hija Ivonne salió para Montreal, Canadá, para realizar sus estudios universitarios en ese país.
Al ausentarse, pensé que la computadora que ella usaba aquí podría resultar bastante útil para el fin que yo perseguía.
Efectivamente, un día me llené de coraje y le lancé un reto a esa desconocida que estaba en el clóset. Utilizando el sentido común, el equipo quedó armado: el primer “round” estaba ya ganado. Con un poco de astucia y algunas consultas logré entrar a los sitios básicos. A los pocos días esos conceptos ya estaban dominados. Hasta mi esposa se sorprendió. Lo demás es historia.
El ejemplo que acabo de ofrecerles indica claramente que la tecnología digital, si tenemos verdadero interés, está al alcance de nuestras manos con solo hacer un pequeño esfuerzo.
Compañeros de mi generación, ¡¡anímense, salgan del clóset!!