En estos días la violencia motorizada se ha puesto de moda, por los ya demasiados videos volcados a las redes sociales.
La suerte que corre este mal amenaza con afectarnos a todos. Sin embargo, qué ocurrió con la medida de la Policía Nacional de controlar a los motoristas.
Es sabido que en países como Colombia, Ecuador, México y Perú a los motoristas se les está identificando el chaleco con el número de placa mientras conducen. ¿Reduciría eso la criminalidad y actos delincuenciales de los motoristas?
La medida es demasiado común como para enfrentar al individuo “peligroso” en la sociedad. Pero la premisa de la Policía merece la atención: ha crecido mucho la delincuencia motorizada y hay aprensión ciudadana hacia ellos.
Nosotros lo que vemos es un fallo estructural de la institución en la reordenación de la vigilancia del espacio urbano. Lejos de esperar una mayor protección contra el crimen, se corre el riesgo de un reforzamiento de la delincuencia.
Es decir, beneficiarse del medio criminal, controlar al delincuente, y también molestar al ciudadano.
Por otro lado, hay una gran cantidad de personas que se desplazan en motocicletas que no son trabajadores del transporte.
La ley no los obliga a esta medida. Se sentirían afectado en su dignidad, se verían a sí mismo como marginales, al observar como la gente los penetra con su mirada, y pone en duda si son ciudadanos decentes (la medida que están proponiendo demanda no sólo el numero de la placa, sino el nombre del sujeto,el n.º celular).
Nuestra propuesta es que al igual que hizo Colombia, para vencer la delincuencia juvenil de Medellín, en Antioquia, durante la época terrorífica del narcotraficante Pablo Escobar, se legisle y prohíba llevar pasajeros a todos los motoristas que no estén trabajando en el transporte, para indicar que no representa un peligro potencial para el ciudadano ni para los usuarios de ese transporte.
Pero al unísono, debe coexistir un programa de divulgación colectiva, en los medios de comunicación, en las instituciones, en los gremios de transporte, para que la ciudadanía colabore, ayude. No es que esta acción disminuya la criminalidad o disminuya los accidentes de tránsito de motores, sino que el efecto pudiera aparecer milagrosamente en el mejoramiento de la conciencia ciudadana.
La escena de los sucesos de atracos y del asalto motorizado no está en ellos mismos; no está en el momento en que son requisados por la Policía, está en el modelo social y en el ejercicio equilibrado del Estado, en la confianza que tiene la ciudadanía en su propia Policía. Pero, mientras eso no ocurre, hay que hacer algo.
En el presente sabemos que debido a esta medida, a la labor de la Iglesia, que construyó muchos colegios para este tipo de población desclasada, la ciudad de Medellín hoy es un ejemplo de transporte, con sus escaleras eléctricas en los barrios, teleféricos urbanos y, por supuesto, el metro.