Las disciplinas profesionales, en cuanto que actividades humanas, experimentan transformaciones, estancamientos y progresos, como ocurre con cualquier otra manifestación del pensamiento y del deseo del individuo de organizarse comunitariamente.
La comunicación corporativa, junto al campo de la responsabilidad social empresarial, se han convertido en piedras angulares de la estrategización de las relaciones públicas, acorde con la evolución de las actividades productivas y las nuevas tendencias de consumo en los mercados, en una sociedad sometida a profundos y acelerados cambios en todos los órdenes de la vida, especialmente, en materia de artefactos y tecnologías de la información, apogeo de los recursos y dispositivos digitales, Internet y las redes sociales, así como una creciente conciencia gregaria de los ciudadanos que, mediante la indignación colectiva, elevan su clamor en las calles y plazas frente a demandas sociales insatisfechas por los poderes fácticos y el sistema económico y jurídico-político establecido.
Por si todo esto fuera poco, hay que añadir un galopante proceso de globalización de las relaciones políticas y comerciales entre naciones, además de un consecuente fenómeno de planetarización de la cultura, que hoy nos fuerza a entender que un individuo no es ya poseedor de una identidad, como sujeto, sino, de una multiplicidad de identidades.
La especialización de las disciplinas del saber es un requisito que planteó la modernidad al individuo y la sociedad, en aras de posibilitar sus propias exigencias de desarrollo. La posmodernidad y el tiempo presente les han impreso mutaciones.
Este proceso acarreó, desde sus orígenes, el grave riesgo de deshumanización del conocimiento y los saberes prácticos. Sin embargo, la puesta en escena y valoración profesional de la figura del director de comunicaciones (“dircom”) en los ámbitos corporativo e institucional ha permitido que el factor humano y la sensibilidad social se conviertan en aspectos relevantes en la dinámica de las empresas, las grandes corporaciones y los Estados.
No se trata de utilizar la publicidad o la propaganda. Antes al contrario, se trata de que las figuras del “dircom” y del publirrelacionista, en la medida que logran que su función sea transversalmente relevante en la visión y misión de las entidades empresariales e institucionales en que operan, sean el enlace ideal entre el valor económico y el interés privado empresarial frente al valor social y el interés general de la sociedad, para lograr el equilibrio, el valor social compartido imprescindible al desarrollo sostenible de toda la nación.
De ahí que haya que reconocer en esta disciplina un rol fundamental, desde el plano de la reputación corporativa, en la defensa de los mejores intereses, tanto de las empresas e instituciones como de la sociedad en general.
Nuestro país contará, muy prontamente, y gracias al esfuerzo de un selecto grupo de profesionales del sector privado, con una Asociación de Directores de Comunicación (Asodircom RD), que en base a la orientación de un experto de prestigiosa trayectoria académica y profesional, como lo es Adrián Cordero, ha tomado como modelo el éxito de la Asociación de Directivos de Comunicación de España, creada en 1992, para imprimir a las comunicaciones corporativas y a la función del “dircom” en nuestro país un mayor vínculo estratégico con los órganos directivos de las empresas, más firmes ribetes éticos y de responsabilidad social sustentados en un código, más amplio espacio de actualización de conocimientos y una red de contactos en el ámbito internacional que posibilitará la visualización presente y futura de la profesión en un contexto mundializado y una dinámica productiva y comercial en constante y vertiginoso cambio.
Enhorabuena a esta nueva entidad que mancomunará propósitos profesionales de directores de comunicación.