A Nan Chevalier lo conozco desde mis años en el taller literario César Vallejo, de la UASD, durante la asesoría del profesor Fernando Vargas y la coordinación de Jorge Piña, en los albores de la década de los noventa.
Desde entonces ha sido un tenaz cincelador de la palabra y un orfebre de la dicción narrativa.
En su trayectoria académica, cursó la carrera de letras puras en la UASD, de cuyo departamento fue director por dos periodos, además hizo la carrera de Psicología y parte de la de Lenguas Modernas, mención inglés.
Como su vocación raigal ha sido siempre no la del intelectual sino la del escritor, se jubiló temprano de la UASD para dedicarse, no sin valentía, al oficio de la escritura.
Y este esfuerzo ha dado sus frutos con su incursión en la novela, el cuento, la poesía y el ensayo, donde ha alcanzado no pocos premios y reconocimientos.
Su trayectoria burocrática lo llevó, durante 25 años, de coordinador de cátedra hasta profesor y director; su vocación académica lo condujo a obtener posgrado y maestría en lengua y literatura, en la misma institución. Su tesis de maestría sobre Juan Carlos Onetti (uno de sus dioses narrativos) obtuvo el tercer lugar en el premio de ensayo de Funglode, donde además ha obtenido otros premios y menciones de honor en cuento y poesía. Rara avis en nuestro lar, pues cultiva la narrativa de ciencia-ficción y policiaca.
Nan Chevalier ha desarrollado un quehacer de escritor digno de imitarse y que debe servir de orgullo a la UASD, pues ni su burocracia, ni su ingente carga docente, aniquilaron -ni doblegaron- su vocación de autor.
Lo prueban dos poemarios, dos libros de cuentos, uno de minificción (Premio de Minificción del Ministerio de Cultura, con “El domador de fieras y otros nanorrelatos”), tres novelas, y varios libros inéditos de ensayo y poesía.
Posee el método de escribir frente al mar, y de ahí que sus libros estén alimentados de salitre, sal y yodo, y de imágenes que germinan de la contemplación desarraigada y sórdida de los días y las noches de la ciudad, con sus ruinas existenciales.
Sus historias narrativas nacen de los sucesos cotidianos del presente, que condimenta con sus experiencias vitales.
Con un insólito dominio de la lengua (sintaxis y puntuación), Nan Chevalier escribe, pule y cincela sus prosas y sus versos, imbuido por un pulso expresivo, que norma su estilo y sus técnicas, y que lo hacen ser editor de sus propios textos.
Con los materiales y los instrumentos del lenguaje, articula sus discursos narrativos y poéticos para crear personajes, inventar historias y situaciones, intrigas y mundos psicológicos, acaso por su condición de psicólogo, que le permite ahondar en el temperamento y el carácter de sus arquetipos narrativos, Chevalier se ha ganado un espacio de admiración en el circuito literario dominicano. Apostó por la escritura y he aquí sus frutos.
La escritura o la vida, a la manera de Jorge Semprún.
Nan Chevalier no escribe para vivir: vive para escribir. Vive y muere en cada página.
Nace y resucita en cada línea o párrafo. Su obra literaria, que trasciende lo académico, lo describe y define. Sus libros son un elogio a la escritura y a la vida del espíritu. Este hijo de la UASD la dignifica. Su Alma Mater, que ama el saber, también ha de amar la justicia, al igual como defiende la libertad y la democracia.