Nadie es tan pobre en el mundo que no tenga nada. Hubo una vez un infeliz, el más infeliz que hubo o haya existido jamás; el que no tenía ni su existencia, porque nada ni nadie había que lo confirmara para que fuera historia.
En la infinita soledad que él mismo era, en la que se aburría también infinitamente, donde según él mismo declaró no existía ni el vacío ni nada -si se le puede creer-era el perfecto sinónimo de esta soledad que a veces sufrimos des-comunicados existencialmente.
Al vacío de la nada se sumaba el inmenso silencio incoloro con su sordera de muerte, ciega. No hay ingenio que pueda imaginarlo, excepto siendo ingenuo para soñarlo y creerlo.
Después que las cosas están, no es costumbre pensar en el antes, porque el peso de las deudas, nos enajenaría bajo del cero negativo. Para compensarlas algunos se mentalizan pretendiendo olvidar estas junto a los favores.
Aquel pobre, sin tener siquiera un segundo para pasarlo sentado en su inimaginable desierto, sin embargo tuvo algo suyo, original, distinguido, con lo que se creó a él mismo, sin nombre, porque todavía no había. ¡Qué Titán!; imitémoslo; cuando comparativamente tenemos tanto más que aquel.
La idea se levanta con el trabajo consecutivo, que marca la intensidad de la voluntad del emprendimiento o creación, desarrollable en seis largos días, más un séptimo igual, el que aquel dejó para descansar – su error de centralizador -, por no delegar. Por querer ser Dios.
El Génesis lo cuenta todo, y que cuentazo; el mejor que se ha contado, increíble pero cierto, así lo percibimos, porque se nos olvida que las verdades son por cosechas, por un tiempo en el que generan creencias como ellas, hasta que se consumen o se olvidan, como nosotros mismos y todo, menos lo creado, que no tiene memoria, pero es imborrable como nuestra galaxia.
En el planeta, lo original creado se acumula sepultando nuestros huesos. ¿Qué importa lo que otros hagan con ellos? – lo importante está en la vida, la que malgastamos o nos dejamos robar.
La originalidad es la primera víctima de nuestra domesticación, en la hora final del séptimo día. Sin ser bíblico, es la señal, pero para crear contra la enorme oscuridad del mundo tras el nefasto destello del 6 de agosto de 1945, ante el que claudicamos, engañados por sus artífices, siempre clandestinos, desde entonces gobernándonos a todos, en especial a los Estados Unidos primero, como su capitanía general mundial; matándole otra vez a Lincoln, borrándole de la mente y del corazón de todos, sustituido por Superman.
Multitudes desmoralizadas, deprimidas e influidas por este poder y su dominio mediático mundial se postran momificándose ante la campaña fatalista del Apocalipsis más abarcador. Para nosotros y tantos más, fue también aquella la señal, pero la del nuevo Big-Bang, con las circunstancias propicias para emular con aquel pobre, en la soledad de su desierto, como lo es el de nuestra actualidad con la desmoralización y depresiones, las que nos imponen reaccionar y hacernos responsables de nosotros mismos, en el Fiat-Lux, del nuevo Génesis.
En nuestros días, la meta no es ganar unas elecciones, vistas por candidatos y votantes como tal, en su descontexto geo-político. Aunque el resultado es importante en el contexto.
Moisés, el hombre más determinante en este mundo en los últimos 3,200 años, lo modeló así, resultando su totalitarismo actual, bajo del método proseguido por su mesianismo, consistente en el constante reposicionamiento tras sus metas conquistadas o por conquistar, sin dejar viva a sus espaldas ninguna resistencia contra su dominación; y sin ser sacra ninguna alianza que pueda mañana competirle.
Las potencias occidentales son sus cuarteles. La OTAN es su Estado mayor. Tenemos que cambiar el mundo empezando por recrearnos a nosotros mismos en la obra, como aquel se creó; salir de la ecología del miedo y connaturalizarnos.