Mañana miércoles 28 de abril, se cumplen 56 años de la intervención militar norteamericana a República Dominicana, la segunda durante el pasado siglo.
La misma fue un acto grosero por parte del país, entonces más poderoso militarmente del mundo, contra uno de los países más pobres y pequeños del continente. Miguel A. D’Estéfano Pisani, en un artículo titulado “La presente intervención yanqui a R.D. y el derecho internacional”, recopilado en el libro titulado, “La Revolución Dominicana vista por Cuba”, enumera once “razones esgrimidas por la administración norteamericana presidida por Lyndon B. Johnson, para “justificar” la intervención.
Una alude al “humanismo del gobierno norteamericano”, y otra, a la “defensa de la democracia continental”.
Desde el 24 hasta el 28 de abril del 1965, se produjeron múltiples acciones políticas y militares. Pero uno de los hechos y escenarios de combate decisivo fue el correspondiente al puente Duarte, lugar donde militares constitucionalistas y hombres y mujeres civiles, con el coronel Caamaño a la cabeza, dieron muestra de valentía y decisión al poner prácticamente fuera de combate a los militares y tanques de guerra opuestos al levantamiento, al pretender cruzar hacia la margen occidental del río Ozama.
Este suceso fue muy importante para la opción norteamericana de desembarcar en el país.
Ese acontecimiento presagiaba que se estaba a las puertas de una revolución popular triunfante. Y tan cercano de lo ocurrido en Cuba en 1959, los norteamericanos concibieron como un peligro extremo permitir el triunfo del pueblo dominicano en armas.
56 años han pasado de aquello.
Y la enorme variedad de acontecimientos que se suceden año por año en nuestro país, pareciera como si contribuyeran a disminuir la memoria de hechos y horrores como la invasión norteamericana. Pero no, los dominicanos y dominicanas no podemos perder la memoria, por más que algunos lo deseen y actúen para ello.
Es cierto que sufrimos grandes desorientaciones hoy. Que para una mayoría la vida sigue dura y sufriente. Es verdad que padecemos grandes males en el país, porque qué es sino la participación de figuras civiles y de la oficialidad de nuestra Policía Nacional y de la Defensa, en actos vinculados al tráfico de drogas, a los “tumbes” , a los “peajes”; qué es sino eso la violencia que vivimos, por ejemplo, en los hogares, en el caso de los feminicidios, en los sicariatos, en el desalojo de sus acampamientos de mujeres que luchan de manera activa y pacífica por las “3 causales”; qué es sino barbarie, el involucramiento de funcionarios y “políticos”, en actos de soborno y corrupción como los de Odebrecht y muchísimos otros, que incrementan la pobreza y nos desploman éticamente como sociedad.
Pero la ciudadanía sigue en lucha, porque sabe que ella no es en vano, aunque no vea ahora la luz al final del túnel.