Cuando se pasa la página de un año a otro –de 2018 a 2019, como es el caso-, resulta imprescindible realizar lo que los padres salesianos denominan “un examen de conciencia”.
Concentrarse en el pasado y el porvenir, tomar una libreta, una agenda, una hoja de papel, situarse en algún lugar silencioso y encabezar varias columnas con títulos como “situación general”, “logros”, “fracasos”, “planes” es de primer orden. Ser objetivos, fríos, al evaluar la propia conducta. No autocompadecernos.
Escoger los subtemas en función de su importancia: trabajo, ingresos, deudas, proyectos para el año venidero, situación económica, emocional. Amigos, vinculados, relaciones en general, defectos, virtudes, fallas, aciertos.
Nunca sobra, por ejemplo, hacerse preguntas de esta naturaleza: ¿qué se puede esperar de la situación económica y social que a todos nos concierne? ¿Cómo me favorece o como me afecta? ¿Cómo puedo cambiarla?
Somos entes sociales y no podemos ni debemos ser indiferentes a nuestro entorno. Todo nos afecta. No procede colocarse al margen. Hay quienes prefieren, equivocadamente, esconder el rostro en un hueco oscuro, pensando que, al marginarse, estarán colocándose a salvo.
Nuestro país es, en verdad, un claroscuro. Negar cuanto afirman las autoridades sobre el crecimiento económico no es realista. O decir que en nada hemos avanzado. Pensar que hemos alcanzado el clímax del desarrollo o que estamos cerca de esa meta es un absurdo. O que el progreso alcanza a la mayoría de la población.
Un porcentaje sustancial de los dominicanos, la gran mayoría, sobrevive en un contexto de devastadora pobreza. Mientras las grandes ciudades se atestan de torres, cientos de miles de moradores de comunidades del interior y de los barrios se quejan por la falta de calles y caminos vecinales, de agua potable, del suministro de energía eléctrica. El costo de la vida ha alcanzado niveles escandalosos dificultando el acceso a los alimentos, las medicinas, el combustible, los alquileres, los servicios médicos, la vestimenta, el transporte, en tanto los ingresos de los desheredados de la fortuna han permanecido estancados.
El problema de la desforestación y la destrucción de los ríos es grave. La masiva presencia haitiana y el desasosiego que ese fenómeno arrastra continúan en aumento. Enfermedades, despojo del empleo de los dominicanos, delincuencia, asesinatos, ocupación de espacios públicos, agotamiento de los presupuestos de salud: esa es su secuela.
Se trata de un grave problema que el Estado se rehúsa a asumir como es debido y que en 2019, en caso de no hacerlo con toda la energía que se requiere, va a provocar trastornos imprevisibles que de seguro van a trascender nuestras fronteras.
Pese a las alarmas, la deuda externa sigue aumentando. La delincuencia y la inseguridad ciudadana, el caos en el transporte, la corrupción y la impunidad, el desorden social, el tráfico y consumo de drogas, los asesinatos de mujeres. Ninguno de dichos males parece tener freno. Tales situaciones y muchas otras son potencialmente explosivas y desestabilizadoras.
Se trata, solo, de algunas de las tareas en las que una ciudadanía organizada y firme debe ser copartícipe en la búsqueda de soluciones. Es común el decir de que 2019 será un año de graves crisis a nivel mundial que, sin duda, van a afectarnos. Procedamos con los ojos bien abiertos y una actitud que para nada sea de conformidad ni de indiferencia.