Las empresas líderes del país, al igual que las pymes vanguardistas, reflejan hoy día un alto grado de compromiso y de conciencia frente al reto de la Responsabilidad Social Corporativa y de la Sostenibilidad, como el único camino para garantizar su desarrollo presente y su permanencia futura, en un contexto económico, social, ético y medioambiental, con un gran peso específico y una impostergable relevancia en la agenda del progreso económico y el crecimiento humano.
La de la responsabilidad social y la sostenibilidad es una tarea estratégica y de incidencia trasversal absolutamente ineludible en la dinámica empresarial de los tiempos presentes.
La inversión socialmente responsable, sobre todo, si descansa en iniciativas o productos que impacten el fortalecimiento de la naturaleza del negocio, desde una perspectiva social y humana, se traducirá en resultados y valor económico favorables para la empresa, y la hará sostenible ahora y en el porvenir; porque además, generará valor social compartido, al contribuir al mejoramiento continuo del entorno social, aunando esfuerzos con los sectores público y de la sociedad civil.
De la armonía de este esfuerzo tripartito deriva el equilibrio entre lo privado, lo público y lo no lucrativo, que va a permear la cadena de valor y la imagen favorable al clima de inversión, al desarrollo humano y al fortalecimiento de la marca-país.
Ese equilibrio es imprescindible, porque de su bien lograda articulación, de su compás derivará el auténtico progreso social del país y sus instituciones democráticas, y se robustecerán las garantías de un Estado de derecho.
Ahora bien, esa articulación armónica va a requerir de dos piedras angulares para su alcance, a saber, la puesta en vigor de iniciativas y órganos de gobernabilidad corporativa en el seno de las empresas, primero; y segundo, la fundamentación e impulso de una cultura ética, que imprima a la misión, visión y vida cotidiana de la empresa, la toma de decisiones fundamentadas en principios y valores humanos.
La tendencia mundial de las empresas exitosas, sin importar su tamaño, y de bien ganado capital reputacional, debido a su ciudadanía corporativa y modelo de negocios reposado sobre cimientos de mejores prácticas, se orienta al claro dictamen de que, o son sostenibles hoy o no existirán mañana.
En la generación de utilidades, en ser un negocio exitoso, ético y con ciudadanía corporativa está la primera gran responsabilidad social y la sostenibilidad de una empresa.
De esa ganancia se desprenderá la inversión socialmente responsable.
Porque, la sostenibilidad es sinónimo de competitividad, y esta se encuentra cada vez más compelida a completar los requisitos de la inversión socialmente responsable, de la globalización económica, política y cultural, así como el cumplimiento de los objetivos de desarrollo sostenible que promueven los organismos internacionales, donde conviven naciones ricas y pobres.
El ex director ejecutivo del Banco Mundial, Moisés Naím (2014), afirma que las dos últimas décadas han evidenciado una “revolución de la generosidad”, por cuanto, las donaciones privadas a causas sociales, así como de capitales privados, más que de gobiernos o naciones ricas, a países empobrecidos o siniestrados, han crecido exponencialmente.
Sin embargo, y a pesar de que la filantropía es necesaria en una humanidad amenazada por múltiples crisis, la sostenibilidad apunta más allá, porque impulsa a las empresas a crear valor económico, conjuntamente con la creación de valor social solidario, y consecuentemente, quedan dadas las condiciones para un equilibrio entre los intereses privado y público o general.
Ese concierto de elementos da lugar al verdadero progreso social y humano. Se trataría, en todo caso, de la filantropía orientada a resultados, es decir, vinculada al negocio y su sostenibilidad.