Alguna ideología, digamos, ha llevado a una parte del pueblo dominicano a considerarse superior, civilizado y mejor dotado que el pueblo haitiano.
Esta causa se activa de manera periódica y en ocasiones se puede temer lo peor cuando se ve a pensantes, opinantes y escribidores arrastrados por esta corriente turbia de nuestra intimidad.
Aquí nadie es mejor; somos diferentes. Y podemos lamentar la actitud de un pueblo frente a sus recursos, ante sí mismo y frente a la comunidad mundial, pero este lamento se vuelve dañino si al ver la imposibilidad, la incapacidad o las grandes dificultades de Haití para ir a la par con los otros pueblos del Caribe, de América o de Occidente, nos irritamos.
Se ha escrito mucho acerca de la guerra de los colonos por la igualdad de consideración con los franceses de la metrópolis. Lo mismo acerca del papel de los mulatos y del giro independentista de aquellas faenas en los primeros años del siglo XIX. De allí nació la nación haitiana, difícil, fallida, pero auténtica y dura.
De no haber sido por la dictadura ejercida sobre nosotros por uno de los herederos de Petión, hubiéramos vivido otra centuria de indolencia y se puede dudar del establecimiento republicano si en vez de ser Haití, es Estados Unidos el que aprovecha nuestra debilidad e inocencia, porque regiones enteras pedían entonces la invasión, y la obra de un intelectual (independencia de José Núñez de Cáceres en 1821) reclamaba la paternidad de las repúblicas bolivarianas. Antes, unos años apenas, una guerra contra los franceses había concluido en la vuelta a España.
Hoy día, primeros años del siglo XXI, somos un pueblo díscolo, un número en la ecuación de Occidente y desde un punto de vista práctico compartido por algunos líderes importantes, traspatio de la geopolítica estadounidense.
Nosotros y Haití somos siameses. Nuestras diferencias son históricas y en algunas franjas, culturales. No podemos despreciar o negrear al pueblo haitiano sin hacerlo contra nosotros mismos.
Si Haití nunca avanza en la dirección en que avanzan los otros pueblos del Continente, nosotros no iremos lejos, y por mucho que suspiremos, los otros nunca nos verán como sus iguales.
Haití es muy pobre, no por culpa nuestra, desde luego, sino por la causa de su historia, echada a andar y sostenida con sangre en los días de la Colonia, y por sus líderes desde entonces hasta hoy.
Como nosotros, Haití ha tenido —y tendrá— gobernantes indecentes, pero con todo, debe de ser más fácil administrar a República Dominicana que administrar Haití.
Seamos inteligentes y apartémonos de aquella ideología de la superioridad. Somos distintos, eso es cuanto; pero compartimos el territorio y juntos debemos andar mientras el Mundo sea mundo. Vivir en la diferencia, ser austeros y vigilantes de nuestros propios vicios, pero cuidadosos de no lastimarnos, ¡he ahí la receta del siamés!