Uno de los grandes retos de vivir en nuestra sociedad es saber cuándo la gente está diciendo la verdad. Todos mentimos todo el tiempo y somos tremendamente malos para detectar que otras personas están deliberadamente tratando de engañarnos.
Hay muchos mitos urbanos sobre la detección de mentiras, como la idea de que los mentirosos tienden a mirar para otro lado, retorcer los pies o tocarse la nariz (el llamado «efecto pinocho») cuando están diciendo embustes.
Estudio tras estudio han demostrado que los profesionales como los policías no son más capaces de detectar patrañas que el resto de nosotros.
Por eso no sorprende que por muchos años los científicos hayan estado tratando de desarrollar «sueros de la verdad», sustancias que obliguen a que uno le diga todo lo que sabe al interrogador.
Una de las más viejas y conocidas es el tiopentato de sodio. Aunque fue hecha por primera vez en los años 30, aún se usa en ciertos casos que incluyen, en algunos países, los policiacos y militares.
En carne propia
Yo estaba intrigado y también extremadamente escéptico sobre las afirmaciones de que el tiopentato de sodio, originalmente desarrollado como un anestésico, podía hacer que la gente dijera la verdad aunque no quisiera, así que decidí probarlo.
El tiopentato de sodio es parte de un grupo de drogas llamadas barbitúricos, que fueron muy populares en los 50s y 60s para ayudarle a la gente a dormir mejor.
Yo decidí tomar una dosis pequeña de tiopentato de sodio bajo supervisión médica, con el anestesista Austin Leach vigilando mis signos vitales constantemente.
Los barbitúricos funcionan bajando la velocidad con la que viajan los mensajes por el cerebro y la columna vertebral. Entre más hay, más difícil es que los mensajes químicos crucen las brechas entre las neuronas.
Todo el proceso de pensamiento se lentifica hasta que uno se queda dormido. Con tiopentato, eso ocurre muy rápidamente.
A pesar de que fue creado inicialmente como anestésico, pronto se notó que cuando los pacientes estaban en esa zona gris entre la consciencia y la inconsciencia eran más conversadores y desinhibidos. Y cuando se pasaba el efecto, se les olvidaba qué habían dicho.
Se decidió entonces que el tiopentato de sodio podía ser la base de una droga de la verdad, una herramienta de interrogación. Pero, ¿realmente funciona?
Para probarlo decidí que trataría de mantenerme firme con una historia ficticia: en vez de ser Michael Mosley, un periodista de ciencia, sería Michael Mosley, un famoso cirujano del corazón.
Empezamos con una dosis pequeña
Inmediatamente me sentí extremadamente mareado, intoxicado. ¿Me haría eso más propenso a decir la verdad?
Ya no se usan con ese propósito pues son muy adictivos y potencialmente letales; Marilyn Monroe murió por una sobredosis de barbitúricos.
Existe la expresión «in vino veritas», en el vino está la verdad. El alcohol es un anestésico y debilita algunos de nuestros centros superiores, áreas como la corteza cerebral, en los que procesamos muchos de nuestros pensamientos.
Reduce la inhibición pero también hace que pensar sea más lento, por lo que es difícil tener ideas claras.
El historiador romano Tacitus aseguraba que las tribus germanas realizaban sus juntas más importantes borrachas pues creían que así era más difícil mentir.
Una teoría sobre el tiopentato de sodio es que funciona de una manera parecida. Debido a que mentir es generalmente más difícil y complicado que decir la verdad, si uno reprime las funciones corticales superiores es más posible que dirá la verdad, sencillamente porque es más fácil.
¡Ja, ja, ja!
No estoy seguro de que haya podido mentir convincentemente bajo la influencia de esa dosis baja de la droga, pero sí lo pude hacer.
«Soy un cirujano -¡ja, ja, ja!- cirujano cardíaco, un cirujano cardíaco mundialmente famoso», grité cuando el doctor Leach me preguntó cuál era mi trabajo.
«¿Me puede decir cuál fue la última operación que hizo?», preguntó, cortésmente.
«Una revascularización coronaria», improvisé. «Sobrevivió… fue fabuloso».
No muy persuasivo, pero logré mantenerme con mi historia ficticia. ¿Qué pasaría si subíamos la dosis?
Más, para ver qué pasa
En este punto me inquieté un poco. Me arriesgaba a decir algo que no quería que el mundo supiera pero, confiado en mi habilidad para seguir mintiendo, le dije a Leach: ¡adelante!
Me dieron otra dosis un poco más alta de tiopentato de sodio y esta vez me sentí más sobrio, más en control.
Lo que pasó entonces fue toda una sorpresa.
Nuevamente, el doctor Leach me preguntó cuál era mi nombre y mi profesión. Esta vez, no vacilé.
«Soy un productor de televisión. Bueno, un productor ejecutivo, bueno, un presentador… una mezcla de los tres».
«Entonces, ¿no tiene experiencia en cirugía cardíaca?», me preguntó gentilmente.
«Ninguna».
La verdad
Todavía estoy confundido respecto a lo que pasó pues un efecto de la droga es distorsionar la memoria a corto plazo.
Pero creo que la razón por la que dije la verdad en esa ocasión fue que nunca se me ocurrió mentir.
¿Funciona?
Mi conclusión tras probarla y hablar con expertos es que ciertamente te hace más proclive a hablar, pero cuando uno está bajo su influencia está en un estado extremadamente sugestionable.
Hay un alto riesgo de que uno diga lo que el interrogador quiera en vez de decir la verdad.
La realidad es que no tenemos una droga de la verdad confiable todavía. O, si ya hay una, nadie lo ha dicho.