Es habitual que cada Viernes Santo la Iglesia católica provoque irritación en la sensible epidermis de los poderosos con su Sermón de las 7 Palabras, en el que pone el dedo sobre la llaga, causando la reacción de aquellos que, como en los tiempos de Herodes, se saben responsables de los males que aquejan a nuestra sociedad.
Dicho en términos populares, el susodicho sermón siempre ha enculillado (es decir irritado, enojado) a los que están en la papa, pero nunca tanto como ahora.
Por eso no es extraño que ayer las bocinas, los bien pagados machucadores mediáticos, amanecieran a todo volumen lanzando improperios contra la Iglesia católica y los curas que leyeron el sermón en la Catedral.
Lo menos que han dicho algunos “cristianos” es que la Iglesia ha sido puesta en manos de unos “curitas”, gente de baja ralea, traidores a la Patria.
¿Pero qué fue lo que dijeron los sacerdotes que picó tanto a cierta gente?
Entre otras cosas, los sacerdotes condenaron los afanes de ciertos funcionarios “empeñados más en asegurar su permanencia en los puestos de turno (más allá del período para el cual han sido electos legítimamente por los ciudadanos) que en gobernar y servir al pueblo que los eligió”, como señaló el padre Vicente Sánchez Burgos en la Cuarta Palabra.
En verdad, los curas provocaron escozor desde que al leer la Primera Palabra, monseñor Faustino Moya Burgos tronó contra “aquellos que promueven el odio, el rencor y la xenofobia, revestida de falso nacionalismo o falso pudor, creando intranquilidad y viendo fantasmas donde no los hay”.
Y como era de esperarse, gente que se autodefine cristiana, incluso católicos devotos (y de votos) les han entrado como a la conga a los pobres curas por semejante pronunciamiento.
Los lacerantes insultos salen cual si fueran los destructivos misiles “Patriots” de las bocas cargadas de odio, especialmente de los falsos nacionalistas que ven al diablo pintado en la cara de cada haitiano, pero también de los reeleccionistas que se sienten aludidos y ni hablar de algunos comunicadores al servicio de flamantes depredadores del Estado.
Como dijo el padre Nelson Acevedo Betances, al leer la Tercera Palabra, hay “malos dominicanos fomentando xenofobia”, y si bien “es verdad que no podemos recibir a todos los ilegales haitianos que cruzan por la frontera”, tampoco está bien incentivar en los más ignorantes un nacionalismo rancio y barato que no toca a quienes se benefician de la mano de obra barata de los trabajadores haitianos ni reclaman la aplicación de las leyes laborales”.
También hay gente haciendo bembitas por la crítica de Acevedo a los Poncio Pilatos que siguen condenando dominicanos que se roban una gallina y mueren enfermos en La Victoria, mientras los ladrones del caso Odebrecht andan sueltos disfrutando de las fortunas que ha amasado.
“Porque en República Dominicana no se han construido cárceles para los que se roban millones ni existen jueces para la clase política que defrauda el erario público”.
Es evidente que tales palabras han molestado a los ladrones que quieren seguir viviendo como en el Paraíso, gracias a la impunidad que impera en el país.
Molestó también el padre Erick Cosme, cuando en la Quinta Palabra instó a que “no nos creamos que los pseudos-mesianismos políticos han resuelto algún problema… pues “detrás de cada mesianismo político solo hay una simple ambición y sujeción al poder, y este puede corromper hasta el alma más pura y noble”.
Estas, sin dudas, son palabras que enculillan a cierta gente, pero también hay que reconocer que esa es la posición que la mayoría de los dominicanos espera de la Iglesia católica, aunque les duela a los Herodes y a los Pilatos de hoy, aunque le duela a César Augusto y sus lacayos.