A partir de 2001, la crítica a la obra de Juan Bosch se abrió paso sin obstáculos. Se había llegado al gobierno, se desmontaban las estructuras y prácticas características del PLD, los pactos ilimitados eran posibles, las decisiones supremas eran incuestionables.
Pero faltaba consolidar la tesis histórica: el PLD no podía triunfar tal y como era. Nunca había sido una mayoría capaz de ganar elecciones y dependería para siempre de apoyo ajeno. Se entronizó cierta gratitud a los sacrificios de un padre bondadoso, pero desechable, incapaz de “triunfar”.
La amnesia generalizada se combinó con una aceptación religiosa de la nueva verdad. “Llegar al poder” era la razón de ser y lo valía todo: bienvenidas todas las alianzas, ambiciones, métodos, maniobras y prácticas. Se establecieron tesis deterministas como que “mientras haya pobreza el clientelismo será inevitable”.
La “fábrica de presidentes” sustituyó al instrumento de liberación, el “Nueva York chiquito” a la revolución antioligárquica, el “padrón” sustituyó al pueblo.
El “estratega” sería aquel capaz de granjearse boletas. La corrupción sería apenas una “indelicadeza”. Algo muy similar había ocurrido antes en el PRD del cual se fue Bosch, renegando del triunfo limpio y masivo de 1962.
¿Está condenado el país a semejante deformación? La experiencia de MORENA en México lo niega. La victoria de Andrés Manuel López Obrador y su movimiento en el parlamento y las gobernaciones de México dice que un partido creado desde cero, con una propuesta y métodos alternativos -no demagógicos ni oportunistas- puede llegar a triunfar sin tergiversarse ni volverse instrumento de cualquier agenda o interés corporativo.
MORENA se ha constituido en torno a tres ideas: fin de la corrupción, fin del poder de una minoría sobre la pobreza de la mayoría, y el rescate de las capacidades y de la soberanía política-económica de México. Un proyecto muy parecido al del PRD y PLD históricos.
Al igual que cuando Bosch salió del PRD para fundar una nueva organización, Andrés Manuel López Obrador fue tildado de loco. Tuvo que esperar la tercera candidatura para triunfar, y ahora Morena se vuelve un fenómeno de ciencia política.
Por su parte, Bosch y el PLD tuvieron que crecer desde 1978, multiplicando por 10 su votación en 1982, duplicando esta en 1986, y volviéndola a duplicar en 1990.
Hasta la propia Junta Central Electoral tuvo que admitir que en ese año el PLD fue el partido más votado. La experiencia electoral de 1962 también acredita que otra política sin clientelismo ni travestismo es posible.
¿Que las victorias del PRD en 1962 y el PLD en 1990 se dieron en coyunturas favorables? Por supuesto: como se dio la de López Obrador, Rafael Correa, Chávez, Evo Morales.
Que una coyuntura sea favorable no ahorra construir el instrumento capaz de aprovecharla y desde ahí instaurar un proyecto de gobierno transformador. Ahí radica la grandeza verdadera.
Nadie es adivino y por tanto no podría asegurar que el PRD y el PLD históricos hubiesen podido ganar otras elecciones como en 1962 y 1990. Lo que sí es seguro es que ganaron, como López Obrador y otros lo han logrado en los últimos 30 años.
Y que el precio de ganar elecciones renunciando a ser instrumento de cambio colectivo para ser instrumento de agendas particulares está a vista de todos. La “verdad” no era tan verdad.