Cuando un impresor quiere presentar a un posible cliente una propuesta, prepara una muestra que incluye distintos diseños y tipografías. Dado que insertar el texto definitivo sería adelantar el trabajo, estas muestras suelen incluir textos cuya única función es demostrar las calidades gráficas.
El más famoso de estos es “Loremipsum”, que no es otra cosa que unos cuantos párrafos canibalizados de la obra de Cicerón “De los fines de los bienes y los males”.
No se sabe bien cuándo empezó este uso, pero es tan extendido que puede considerarse un fenómeno cultural que representa cómo, en muchas ocasiones, la finalidad de las palabras es solo llenar espacios y no transmitir información, conocimiento o ideas.
Es esto lo que, lamentablemente, ocurre en nuestro país con el debate público nacional y cómo lo llevamos. Destacan excepciones a esta regla, pero la mayoría sostenemos un diálogo de sordos, en el que lo único importante es decir.
Escuchar tiene una utilidad menor, por lo general sujeta al deseo de saber qué responder en lugar de saber qué piensa el otro.
Hacer así las cosas proporciona ciertas satisfacciones, sobre todo las relacionadas con el ego. Pero no es productivo. Rebosar el foro público con este tipo de intervenciones no solo impide aprender de los demás, sino que se ocupa el lugar donde deberían estar intervenciones sustanciosas. Se asfixia el intercambio de ideas y se hace más potente el círculo vicioso de la sinrazón.
La mayoría hemos contribuido por acción o inacción a este estado de cosas. Debemos ser conscientes de que hemos puesto nuestro grano de arena, y optar por hablar menos y escuchar más. Sería provechoso para entender mejor lo que ocurre alrededor. A veces perder certezas es ganancia.