Hay bastante tinta sobre muchísimos kilos de papel que nos cuentan algo acerca del personaje ficticio, convertido en leyenda, llamado Robinson Crusoe, un aventurero surgido de la imaginación del escritor Daniel Defoe, considerado pionero de la novela inglesa del siglo XVIII.
Lo más conocido, que de hecho, forma parte del imaginario popular en la cultura universal, es que el personaje ha sido confinado a vivir en soledad en una isla perdida y exótica, convirtiéndose con ello en el símbolo por excelencia del naufragio.
Esta clave ficticia del relato es la que ha dado origen a posteriores obras literarias y artísticas similares; o bien, miméticas.
El prolífico escritor y profesor de cultura y literatura españolas en la Universidad de Trinity, San Antonio, Tejas, Carlos X. Ardavín Trabanco, decidió establecer una biblioteca en una suerte de isla desierta, construida de papel libresco, a la que llegarían los náufragos con un único libro elegido libremente.
Fiel a su vocación de difusor de la literatura dominicana, lo que le ha merecido un particular peso específico en nuestra atmósfera cultural, Ardavín escogió a 32 escritores nacionales, incluyendo a Luis Beiro, cubano, y a Giovanni Di Pietro, italiano, ambos radicados o con larga permanencia entre nosotros, a los que, al pedirles la elección de un único libro para ser leído y conservado en su imaginaria condición de náufragos en una isla desierta, convirtió en ¨robinsones urbanos¨, término acuñado por el novelista y ensayista español Antonio Muñoz Molina. Revela el autor de esta singular compilación de gustos y preferencias literarios, que el lector de la obra titulada ¨Los libros de la isla desierta.
Escritores dominicanos reflexionan sobre su libro predilecto¨ (Santuario, RD, 2013), evidenciará la voluntad universal y canónica de los lectores/escritores convidados, quienes, ¨a pesar de habitar una ínsula geográfica, pasan buena parte de su tiempo inmersos en un continente intelectual desprovisto de fronteras y aduanas literarias¨.
He creído que para un verdadero escritor, siempre será más importante leer que escribir, aunque la escritura signifique la razón de su propia vida. En cierto modo, vivir es leer.
Y, como desprende Ardavín del filósofo español Ortega y Gasset, vivir se parece demasiado a naufragar y a pensar; y es en la conciencia del naufragio donde radican la verdad de la vida y su salvación. Veamos, pues, muy brevemente, cuáles libros o autores escogieron los lectores consultados. José Rafael Lantigua, Jeannette Miller y Taty Hernández: “La Biblia”. Luis O. Brea Franco y León David: “Platón”.
Manuel Mora Serrano: “La Eneida”. Eugenio García Cuevas: “Historia natural”, de Cayo Plinio Segundo. Carlos Enrique Cabrera: “El Quijote”. Fernando Valerio Holguín: “El criticón”, de Baltasar Gracián. Basilio Belliard y Fernando Cabrera: “Hojas de hierba”. César Augusto Zapata: “Así hablaba Zaratustra”.
Alex Ferreras: “Versos sencillos”. Luis Martín Gómez: “La metamorfosis”. José Mármol: “Residencia en la tierra”. Emelda Ramos: “Autobiografía de un Yogui”.
José Alcántara Almánzar y Rey Andújar: “Memorias de Adriano”. Jochy Herrera: “Rayuela”. Ligia Minaya: “Cien años de soledad”. Máximo Vega: “Nombre”, de Carmen Pleyán. Rafael García Romero: “Cuentos escritos antes del exilio”.
Plinio Chahín: “Fragmentos a su imán”, de Lezama. León Félix Batista: “Libro del desasosiego”, de Pessoa. Néstor E. Rodríguez: “El amor en los tiempos del cólera”. Roberto Marcallé Abreu: “Las benévolas”, de J. Littell. Alexis Gómez Rosa: “La tierra baldía”, de T.S. Eliot. René Rodríguez Soriano:
“Las más bellas leyendas de la antigüedad clásica.” Miguel A. Fornerín: “Antología de la poesía española”, de Saínz Robles. Médar Serrara: “Libro del buen amor”. Giovanni Di Pietro: “Il giornalino di Gianburrasca” y “Le aventure di Pinocchio”. Luis Beiro: “La montaña mágica, de Mann”.