En las últimas dos décadas las organizaciones políticas siguen estando en manos prácticamente de las mismas personas.
La dirigencia de los partidos políticos casi no cambia. Más que elegida ha sido seleccionada, ratificada o producto de acuerdos políticos que aseguran su permanencia.
Esto ocurre tanto en las organizaciones mayoritarias como en los partidos emergentes o alternativos.
¿Cómo se puede ser demócrata en el poder si los partidos no lo son?
Los partidos políticos son la forma más eficiente de canalizar la voluntad popular en torno a un plan de nación para ejercer el poder en nombre de todos sus ciudadanos.
El déficit democrático es el espejo de lo que sucede a lo interno de los partidos políticos. Hemos creado un sistema complejo, un motor para el desarrollo social que debe ser mejorado para ser más transparente, eficiente y seguro.
Como dijo en su carta de despedida, el presidente George Washington, antes de su salida del poder el 17 de septiembre de 1796: “Los partidos políticos son una de las grandes amenazas a la estabilidad del sistema democrático, en particular debemos evitar la usurpación de la voluntad popular y el interés general con fines particulares espurios”.
Muchos dominicanos demuestran su descontento con el sistema institucional y la clase política actual movilizando marchas, utilizando las redes sociales y medios de comunicación y generando opinión en sus comunidades. ¿Cómo con tanta riqueza, talento humano, cultura y tradiciones únicas en el mundo, el país aún no es el que muchos deseamos?
Necesitamos líderes demócratas auténticos, que construyan puentes y no muros, integridad no corrupción, justicia no anarquía, innovación, ciencia, formación no miedo o ignorancia, con aspiraciones de una colectividad tolerante, pacífica, equitativa y con oportunidades y calidad de vida para todos.
Líderes que se separen de la mentira y hablen la verdad.
Pero sobre todo hombres y mujeres que sean capaces de practicar a lo interno de sus partidos la democracia, la renovación de sus liderazgos y sean capaces de prohijar una ley de partidos que sea una manifestación de una voluntad férrea de cambio para vivir en democracia.
De lo contrario los partidos seguirán siendo la amenaza de arrebato de la voluntad popular y con ello de democracia misma, como afirmara el primer presidente norteamericano.