Recuerdo haber entrevistado una productora de televisión dominicana, quien producía uno de los programas de revista más vistos.
Ella, al igual que la propietaria y talento de dicho programa, emigraron por separado a España, con la firme convicción de que podrían insertarse de algún modo en los medios españoles.
La realidad fue otra. Durante nuestra entrevista, la persona de quien les hablo confesó que hasta tuvo que pasear perros en España y, aunque su esposo era español se le dificultó la reinserción en un buen puesto laboral.
Muchos inmigrantes de habla hispana tratan de irse a España por entender que el idioma les puede favorecer, y sin lugar a dudas que ha de ser así. Sin embargo, mi entrevistada, en esa ocasión, me decía que allá también se hablan muchas otras lenguas y dialectos en las diferentes regiones y que los lugareños son extremadamente cerrados con esos temas.
Estas dos mujeres llegaron allí, cada una a un lugar diferente, en realidades económicas y sociales muy distintas. Con currículums grandes y sólidos, y los deseos y el interés de integrarse a la vida productiva de España, pero a pesar de toda la apertura que, en su momento, España dio a los inmigrantes, en especial a los latinos, los trabajos importantes se quedaron reservados básicamente para sus ciudadanos.
A diferencia de países en desarrollo, donde los inmigrantes pueden obtener buenos puestos de trabajo por sus currículums, mejor manejo personal y profesional, en los países desarrollados existe mayor competencia profesional y gremios sindicales que protegen y priorizan las oportunidades de trabajo para sus grupos, aun cuando a lo externo afirman tener igualdad de oportunidades.