El fin de año, es una temporada apropiada para realizar lo que el sacerdocio salesiano predica sobre el “examen de conciencia”.
Se puede alegar que, al tratarse de la temporada navideña, es tiempo de entregarse a ese ejercicio relajante de felicitaciones, regalos, encuentros, buena comida y mucha bebida.
No obstante, el que posee un mínimo de conciencia sobre lo que ocurre en el país y el oscuro destino que se cierne sobre la República Dominicana, no puede darse el lujo de distraerse.
La situación es grave.
La ofensa a la Patria que tuvo lugar frente a su Altar no puede ni debe calificarse como un tema agotado. La Patria nunca será un asunto a ser pospuesto. Porque nunca habíamos estado en una situación de mayor riesgo.
Las evidencias son ominosas. Son de esperarse una o varias campañas antidominicanas similares o peores en su maldad a las que ya hemos sufrido.
Con la provocación frente al Altar de la Patria, se perseguía, es evidente, segundos y aviesos propósitos. Por ejemplo, un grave incidente, que arrojara muertos y heridos y que involucrara a los cuerpos policiales y grupos pro nación.
Las condiciones estaban servidas para la campaña internacional “sobre la actitud racista y agresiva de los dominicanos”.
Detrás, las Ongs auspiciadas por las Naciones Unidas, Haití, y los enemigos tradicionales de la nacionalidad dominicana.
Lo más grave es la actitud de las autoridades que evidencian en los hechos su tolerancia o taimado respaldo a los programas de desnacionalización. Se desmontó en los hechos el espíritu de la histórica sentencia 168-13.
Se gastaron miles de millones de pesos para favorecer un programa de regularización de haitianos cuyos resultados han sido contraproducentes para el país. Se decretó la no deportación de los ilegales del oeste.
Las autoridades se han postrado sumisamente ante la embestida de los invasores, aupando o tolerando sin reaccionar la presencia de cientos de miles de indocumentados que están socavando la erosionada estabilidad interna ya en proceso de crisis.
Los nuevos empleos creados se han cedido en bandeja de plata a los haitianos.
Construcción, agricultura, vigilancia, servicio doméstico, motoconcho, trasporte público, turismo.
Todo un equipo de propagandistas y voceros de la agenda antinacional, utilizan los medios a su alcance para justificar la escandalosa e inaceptable presencia haitiana en el país.
Ongs, los jesuitas, creadores de opinión pública, distorsionadores de oficio de nuestra historia: una multitud de agentes que odian lo dominicano y que es financiada para instrumentalizar públicamente esta animadversión.
Un sector vinculado a la empresa y el comercio dominicanos en asociación directa con capitales de potentados haitianos de dudoso origen, se ha prestado a esta incalificable conjura.
El ominoso espectáculo frente al Altar de la Patria es una voz de alerta: las aguas están a punto de desbordar la represa. Si no asumimos la defensa de nuestra Patria, nuestra nacionalidad, nuestro pasado histórico y nuestra cultura, nadie lo hará por nosotros. El riesgo es enorme.
Es momento de dar la cara.