Encuestas

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Encuestas

Hace mucho tiempo que la sociedad moderna ha hecho de sus ciudadanos una pieza destinada no más que al dispendio, paso inicial de una dinámica discoidal que se vuelve contínua cuando el individuo –que hoy en día parece más idiota que nunca– se convierte en una voraz máquina de consumo.

Cuando el régimen de compraventa y la insidia bailan juntos en el mercado, nada puede quedar bien parado; en especial, aquellos frágiles instrumentos como el ejercicio de las encuestas, la imagen de las mismas, su finalidad y, sobre todo, su fiabilidad.

Por como se manejan las cosas, deduzco que para los omnímodos intereses de siempre no fue difícil lograr que estos sondeos –como investigación sociológica– pasaran de inmediato a ser un artículo más de venta y alquiler al estilo “punching bag”; con ello, su recién nacida naturaleza quedó, sin remedio, hecha pedazos. No descubro la fórmula del café con leche; pero a las encuestas hay que leerlas a través de un filtro con la potencia inquisitiva de un telescopio, principalmente en momentos cuando la prensa está tan entretenida con un tema como es –en nuestro caso– el de la reelección.

De las encuestas no debería fiarse nadie, pues, son –de hecho– trampas estadísticas que salen a la luz pública para demostrar no importa lo que sea que haya sido encargado, con propósitos claros de ser utilizadas como armas de ajuste de cuentas para atacar con metralla alevosa a un adversario, a sabiendas de que la mentira no descansa solo en lo que se dice, sino, básicamente, en lo que se calla; y, de paso –también–, manipular a todo aquel bípedo que dependa más del tubo digestivo que del cerebro.

No voy a negar que las encuestas no me gustan, porque, sencillamente, no me convencen. Y no me convencen porque son una demoscopía inexacta, imprecisa, que basa su estudio en un tipo de sociología de ocasión. Esto quiere decir que es de la casualidad de una circunstancia en particular de donde se extrae la supuesta certidumbre de la investigación y sus conclusiones.

Curiosamente, es el propio carácter imprevisto y movedizo de la fuente de origen lo que resulta ser el dato más certero –si no el único– que pudieran contener los resultados de esta clase de pesquisas. En buen dominicano, no son más que una borrosa foto de un momento que no puede repetirse, de la misma manera que el plátano maduro a verde no vuelve.

En caso de que quisiéramos seguir jugando al tonto, deberíamos tener en cuenta que las urnas y las encuestas son dos herramientas que llevan dentro de sus respectivas mochilas resultados diferentes.

Solo hay que poner atención a la más reciente prueba que los británicos dieron al revelar el más descomunal desatino de las encuestas en unas elecciones. No sería –pues– descabellado poner cada quien en remojo su barba, no vaya a ser que aquí –al igual que allí– se peguen tremendo pelotazo con los sondeos preelectorales sobre todo aquellos que están en la cima y a quienes –por el lugar en donde se encuentran– suele presentárseles el dilema de olvidarse de lo dolorosamente cara que puede resultar una inesperada y demoledora decepción.



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